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Salud y educación, un desastre

Entre los liberales los hay que opinan que ni en materias de salud o de educación hay lugar para la acción del Estado.  Otros, como el propio Hayek, por su comprensión de la naturaleza del mercado (como uno de los órdenes sociales espontáneos), opinan que ahí donde hay grupos de personas que por circunstancias ajenas a su voluntad han sido incapaces de integrarse a los procesos del mercado, quedando así atados a órdenes sociales de tipo tradicional, que algunos consideran pre modernos, sí puede haber lugar para la acción del Estado.  En los órdenes sociales de tipo tradicional predominan, por ejemplo, las economías familiares autárquicas.  La familia, o grupos pequeños y unidos por lazos muy estrechos, consumen predominantemente lo que producen.

                Si bien creo que la acción de los órganos del Estado no puede transformar los órdenes sociales tradicionales en eso que Karl Popper llamaba “la sociedad abierta”, cuando la mayor parte de la sociedad es predominantemente de ese tipo, también opino que sí pueden poner a disposición (no “imponer”) de grupos sociales tradicionales minoritarios ciertos servicios, como los de salud y de educación básica, con buen fruto.  También pueden poner ese tipo de servicios a disposición de sectores de la población urbana que, como en Guatemala, viven en zonas sometidas a la fuerza bruta de pandillas violentas que superan a las fuerzas del Estado, haciendo imposible que ahí broten órdenes sociales espontáneos estables, como el del mercado.

                En Guatemala ha predominado una idea muy diferente en relación con la salud y la educación.  Aquí se ha entendido que, para que toda o casi toda la población del país (y no solamente quienes no puedan cubrirse esos servicios con sus propios recursos), pueda tener acceso a cuidados de la salud y a formación educativa adecuados y a costes asequibles, es indispensable que los órganos del Estado presten dichos servicios.  Es decir, es necesario que el Estado haga directamente de hospital, de clínica, de consultorio externo, de dentista, de escuela, de colegio, de centro de formación técnica y de universidad también.

                Por consiguiente, la mentalidad existente y que ha predominado por unas siete décadas, es que la intervención del Estado en la prestación de los servicios de salud y de educación debe ser directa y para brindarlos a casi toda la población.  Esta mentalidad es para mí es el elemento determinante de “la enfermedad guatemalense” y la causa principal del desastre casi absoluto que en Guatemala son los servicios de salud y de educación.

                Si, en lugar del esquema prevaleciente, el Estado de Guatemala o los gobiernos locales concentraran los recursos disponibles para cuidados de la salud y la educación únicamente para los guatemaltecos que no pueden por sus propios medios sufragárselos y si, además, en lugar de jugar a doctor, enfermero, maestra y catedrático, contratara a organizaciones serias y profesionales (debidamente supervisadas) para prestar esos servicios, es probable que los pobres de este país pudieran soñar con un mejor futuro.  Como están las cosas actualmente, no.

Entradilla:

Si el Estado, en lugar de jugar a doctor, enfermero, maestra y catedrático, contratara a organizaciones serias y profesionales para prestar esos servicios, es probable que los pobres de este país pudieran soñar con un mejor futuro.

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