(Publicado por Siglo Veintiuno el 24 de marzo de 2011).
Uno puede imaginar dos tipos de sociedades. Ambas conformadas por seres humanos de carne y hueso, con las mismas características, las mismas potencialidades para el bien o para el mal. Personas como usted y como yo, en ambos casos. Mujeres y hombres que quisieran llevar una vida digna, interesante, feliz y próspera. Unos ambicionan unas cosas otros persiguen otras, pero todos las que más les dan satisfacción, de acuerdo con sus preferencias y sistema de valores.
En pocas palabras, uno puede imaginar dos tipos de sociedades, si bien integradas, ambas, por personas hechas de la misma pasta.
Uno de esos tipos de sociedad presenta la característica de que la mayor parte de las gentes que viven ahí intentan respetar la Ley. En parte, porque se les ha inculcado desde niños que vivir en la ilegalidad está mal y está mal visto. En parte porque, viviendo en la legalidad, aplicados sus talentos y esfuerzos, pues van consiguiendo sus objetivos y realizando sus planes de vida. En parte, por último, porque si no cumplen con la Ley entienden que son altas las probabilidades de que sean detectados, procesados y condenados. Y condenados con razón. En este tipo de sociedad se desarrolla una cierta sensibilidad por el derecho y la justicia: se les aprecia como bienes públicos ampliamente compartidos.
El otro tipo de sociedad presenta la característica de que casi todos sus miembros están dispuestos a infringir la Ley en un momento dado. Que si cuando dejan de pagar algún impuesto o cuando dan una mordida; que si cuando abusan de bienes o servicios públicos para beneficio propio o cuando manipulan el proceso político y las funciones gubernamentales para granjearse algún privilegio. Proceden así, en parte, porque se les ha inculcado desde niños que “hay que saber encontrarle el modo a las cosas” para salir adelante. En parte, porque sale carísimo vivir en la legalidad. En parte, porque no temen ser pillados, juzgados o sentenciados. En este tipo de sociedad se desarrolla una cierta sensibilidad por las relaciones valiosas (los “conectes”) y por un ingenio aguzado para encontrarle la vuelta a los obstáculos legales.
Pensando en que el Presidente y su esposa habrán de divorciarse, puesto que de otra manera ella hubiera tenido que librar una batalla legal cuesta arriba para quedar inscrita oficialmente como candidata a la Presidencia de la República, ¿en cuál de los dos tipos de sociedad quedamos situados?
Es muy probable que los estrategas de la campaña de la señora Torres hayan tomado eso en cuenta, es decir, que en esta sociedad que tanto desprecia al derecho y la justicia, son muy pocos los que realmente puedan tirar la primera piedra.
Pero yo creo que si así fuera se equivocan. Me explico: tanto la persona que sea Presidente de la República, como quien aspire a serlo, tienen la más grave responsabilidad de dar ejemplo, de ser modelo virtud cívica. Cuando el Jefe del Estado y su esposa se divorcian para que ella pueda hacer política, tanto el Presidente como su todavía esposa reafirman ese vicio de retorcer las leyes para beneficio propio que corroe a las instituciones.
Eduardo Mayora Alvarado.
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