(Publicado el 1 de septiembre de 2011 por Siglo Veintiuno)
Después de mucho viajar y de mucho participar en congresos y seminarios de diversa índole, relacionados con temas de desarrollo económico y cosas parecidas, hay muchos datos y relaciones sobre la desnutrición en Guatemala que, simplemente, no me encajan. Fíjense ustedes, estimados lectores, que Siglo Veintiuno publicó el martes pasado algunas declaraciones del experto mexicano Miguel Székeli de acuerdo con las cuales Guatemala ha sido el país que más rápidamente ha logrado instrumentar el programa de transferencias condicionadas, con una cobertura que abarca a la mitad de la población pobre y, sin embargo, la desnutrición crónica sigue para peor… No cuadra, ¿verdad?
Pero la validez técnica de las estadísticas y del respectivo ranking que se nos asigna están para que los investiguen los centros de estudios con la metodología adecuada. Y, por favor, que nadie se escandalice, pues si algo es bien conocido aquí y en medio mundo es que las estadísticas son constantemente manipuladas, revisadas, reinterpretadas, etcétera, con motivos políticos e ideológicos.
La reflexión que quisiera compartir en esta ocasión es más bien de otro tipo y el punto es que la desnutrición que haya –que por supuesto la hay—no se relaciona con la falta de tierra o con el régimen de explotación de la tierra en Guatemala, sino con la mentalidad predominante sobre ese asunto.
En efecto, aquí se piensa por muchas personas que las familias campesinas son pobres, con todas las consecuencias de la pobreza, porque ya no les alcanzan las extensiones de tierra que cultivan. La solución es, por tanto, darles más tierras. Claro que suele añadirse cosas como fertilizantes, financiamiento, capacitación técnica y otros adornos, pero el meollo del tema es: más tierra.
En otras palabras, de acuerdo con esa mentalidad, la solución para que esas familias campesinas salgan de la pobreza es que sigan siendo lo que siempre han sido: economías autárquicas, que consumen casi solamente lo que producen y que producen casi solamente para su consumo.
En parte viven en esa situación porque esa paradójica mentalidad tiene ya como sesenta años de estar en boga y se ha materializado en varios programas estatales que, por así decirlo, le insuflan algún oxígeno al modelo para que medio sobreviva. O no recuerda usted a BANDESA, al INTA, al INDECA, la distribución de fertilizantes, etcétera.
El tema no es de tierra, sino de libertad económica. Porque en ausencia de libertad económica, de la posibilidad de disponer libremente cada uno de sus bienes y derechos, con base en expectativas ciertas de que serán protegidos por las instituciones del Estado, jamás tendremos los niveles de inversión que permitan emplear a los padres y madres de esos niños desnutridos, hoy, y a esos niños desnutridos, el día de mañana, pagándoles salarios que les propicien no sólo nutrirse adecuadamente sino progresar, con dignidad, por su propio esfuerzo.
¿Y mientras tanto qué? Para eso es que existen programas como los de transferencias condicionadas, siempre que se administren con probidad y para beneficio de los más pobres. Para aquellos que dentro del mercado, por más que quieran, no pueden.
Eduardo Mayora Alvarado.
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