(Para Siglo Veintiuno a ser publicado el 13 de octubre de 2011)
El Sr. Urrutia, un estimado lector de Siglo Veintiuno, me hizo la semana pasada el comentario siguiente: “Si usted cree que las trasnacionales esperan que este “paquete” sea justo y transparente, permítame que le diga —con todo respeto— que usted es tan cándido que merece un heladito de fresa con una pizca de chocolate”. El comentario vino a cuento de mis dos anteriores artículos sobre la “mitología de la minería”, en el segundo de los cuales sostuve que las empresas mineras extranjeras, al igual que las nacionales y al igual que las que se dedican a cualquier otra actividad económica, no se fijan en un elemento aislado para decidir si invierten o no en Guatemala. No se fijan, por ejemplo, solamente en el importe de las regalías, cuando de minería se trata, sino que miran al “paquete” completo.
Ese “paquete” incluye aspectos tales como la estabilidad política, la certeza jurídica, la transparencia de las administraciones públicas, la seguridad personal y la paz social y, por supuesto, el conjunto de los tributos y de las cargas parafiscales (ISR, IVA, ISO, IUSI, tasas y arbitrios municipales, IGSS, IRTRA, INTECAP y, por supuesto, las regalías). Después de calcular los costes y riesgos del “paquete” completo deciden si invierten o no aquí o en otro sitio. Un informe del “Fraser Institute” muestra que Guatemala está en la posición 75 de las 79 jurisdicciones examinadas. Eso evidencia que el “paquete” que Guatemala ofrece es muy poco atractivo.
Volviendo al comentario del Sr. Urrutia, no creo, pues, que las transnacionales o las empresas nacionales hagan sus cálculos y análisis sobre si el “paquete” es “justo y transparente”. Los administradores de esas empresas tienen la muy clara función de maximizar el valor de las empresas que administran para sus accionistas. Por consiguiente, tanto Goldcorp como una abarrotería de barrio se administran para maximizar el valor de la empresa para sus dueños. En ese afán procuran comprar barato y vender tan caro como puedan.
Afortunadamente para los consumidores de cualquier mercancía o servicio ofrecido en el mercado, hay un límite a su precio de venta: el que se imponen recíprocamente los competidores. La empresa Omega puede intentar vender sus “chunches” a Q100 pero eso no podrá lograrlo si la empresa Alfa vende “chunches” comparables a Q90. La competencia no es perfecta, ya que no vivimos en un mundo perfecto; sin embargo, esas sociedades en que su régimen jurídico y político ha sido concebido para sustentar mejor a los mercados competitivos son las que más han prosperado.
Tampoco se debe olvidar que, aunque algunos prefirieran que no fuera así, los países también compiten en este mundo globalizado. Compiten por la inversión que genera la producción, los empleos y los impuestos. Guatemala puede someter a su industria minera a consultas comunitarias, a bloqueos de carreteras, a la revisión de sus licencias ex post facto y cargarle más regalías –además de los otros impuestos—, pero no puede esperar que en esa competencia global por las inversiones se le reconozca un puesto mejor que el 75 de 79. Y lo mismo aplica para todas las otras áreas de la economía. Nadie, por supuesto, pretende que se le permita impactar el medioambiente por encima de los estándares internacionales.
Eduardo Mayora Alvarado.
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