(Publicado por Siglo Veintiuno, enero 2012)
La primera Encuesta Nacional de la Juventud arroja un dato tan triste como espeluznante: alrededor de un tercio de los jóvenes del país piensa en emigrar para mejorar de condiciones de vida. Ante una revelación tan impactante, Bienvenido Argueta, coordinador de la encuesta, comentó, de acuerdo con este diario, lo siguiente: “Esto refleja la escasa perspectiva que este segmento de la población tiene del país y la obligación de implementar acciones públicas que abran espacios para el desarrollo de las y los jóvenes”.
También por estos días se han recogido declaraciones del futuro Ministro de Finanzas Públicas sobre la urgencia de otra reforma fiscal, pues a menos que los ingresos tributarios mejoren sustancialmente, la metórica deuda pública terminará por arruinar la frágil estabilidad económica del país. Como si eso fuera poco, se presentó también un panorama del estado de la educación pública que, verdaderamente, es deplorable. No hay lugar aquí para los detalles, ni falta hace repetirlos.
El punto que estimo importante en relación con estos hechos y circunstancias es que su tremenda gravedad NO es lo peor. Nada de eso. Lo peor es la mentalidad con que se enfocan, tan bien ejemplificada por Bienvenido Argueta al plantear que la solución para que no quieran irse a otra parte tres de cada diez de nuestros jóvenes, es “implementar acciones públicas que abran espacios para el desarrollo de las y los jóvenes.” Él, por supuesto, no es el único que piensa así. Es más, creo que la mayoría de los guatemaltecos es de ese parecer.
¿En qué país viven? ¿No se dan cuenta de que los ingresos fiscales (que ellos mismos estiman exiguos) se derrochan en un sinfín de cosas superfluas? ¿No se han enterado de los niveles de corrupción existentes, que consumen los recursos que no se derrochan? ¿No han tomado nota de que alrededor del ochenta por ciento de la población económicamente activa NO vive ni opera dentro del sistema?
Eso de “abrir espacios para el desarrollo de las y los jóvenes” no les interesa a los jóvenes en lo más mínimo. Ellos quisieran forjarse expectativas más o menos razonables de que, llegado el momento en sus vidas, encontrarán un empleo que les permita vivir decorosamente. ¿O es que acaso se cree que esos jóvenes contemplan la posibilidad de emigrar a los Estados Unidos por si ahí encuentran “políticas públicas que les ofrezcan espacios para el desarrollo”? ¡No! Esos jóvenes se quieren largar para encontrar un buen empleo, eso es todo.
Y, como se ha repetido hasta la saciedad, esos nuevos empleos no los puede generar el Estado, sino sólo indirectamente. El Estado puede generar un ambiente de orden, seguridad, justicia y libertad de acción de tal modo que, con un poco de suerte y de paciencia, haya suficientes inversores dispuestos a arriesgar su capital y de ese modo se vayan creando las oportunidades con las que esos jóvenes quisieran poder contar. Y esos inversores estarán dispuestos a arriesgar su capital tras un cierto nivel de rentabilidad. Si ese nivel no se da, pues no tomarán el riesgo ni habrá nuevos empleos.
Dejemos atrás esa mentalidad de dependencia que es la fuente del fracaso de un país tan rico en recursos potenciales.
Eduardo Mayora Alvarado.
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