(Publicado por Siglo Veintiuno, enero de 2012)
La propuesta es, más bien, una reforma del Impuesto Sobre la Renta. Este impuesto no es económicamente eficiente y, si en su lugar se aumentara el IVA o el impuesto sobre combustibles, por ejemplo, los más beneficiados serían los pobres. Sí, ha leído bien. ¿No son los pobres los que necesitan más la generación de nuevos empleos? Y, ¿no es verdad que sólo con mayor inversión de capital pueden generarse esos empleos?
El Impuesto Sobre la Renta (ISR), progresivo, se entiende, opera en contra de ambas cosas. Le quita al rico una parte de los ingresos que no consume y, por tanto, ahorraría o invertiría directa o indirectamente, por los canales del mercado de capitales o del sistema financiero, en proyectos empresariales de los que generan empleos.
Empero, uno de los dogmas de las religiones seculares modernas es que «debe pagar más el que más tiene». Esto se ha traducido en términos de un impuesto de tipo progresivo que, en Guatemala, a las tarifas más altas, realmente se aplicaría a los altos ejecutivos de las empresas pero no a sus dueños. Las sociedades mercantiles están sujetas a una misma tasa, sea que tengan enormes utilidades o magras ganancias. Es decir, el ISR progresivo es otra más de esas instituciones farisaicas que tenemos.
Así, la pequeña sección de ISR progresivo que tenemos afecta negativamente a los pobres, indirectamente, y por discriminación, a los que no han creado su “S.A.”, a los que no facturan honorarios o a los que no se han atenido al régimen del 5 por ciento.
Juzgando por los pormenores que se han publicado sobre esta reforma, la parte del ISR que sufriría más modificaciones es la que rige para las sociedades y empresas mercantiles. Como a lo largo de los años, desde hace ya un medio siglo, muchos de los técnicos que han trabajado en las sucesivas promulgaciones y reformas del ISR no han mirado a esas empresas como organizaciones de ciudadanos de un Estado que se ha organizado para protegerlos y garantizar sus derechos, sino como a una recua de evasores egoístas, las características draconianas, burocráticas e incluso absurdas de nuestra legislación tributaria, la impregnan por todas partes.
Ahora bien, ante ese tipo de visión de las cosas, algunos contribuyentes han reaccionado organizándose en «cámaras» y «gremiales» para hacer lobby a favor de deducciones, excepciones o exenciones que les permitan alcanzar niveles de rentabilidad para ellos aceptables. Otros contribuyentes, los menos influyentes, efectivamente, se han convertido en evasores.
Tenemos un pequeño monstruo y hay que descartarlo, enmendando la Ley del ISR. Pero como otras leyes, las leyes de la física, son inevitables y a toda acción sigue una reacción, si esta reforma vuelve a promulgare con la visión equivocada, de que los contribuyentes son “el enemigo a vencer” y no ciudadanos libres del Estado (como se trasluce de la inconstitucional limitación a 95 por ciento para los costos y gastos deducibles), en pocos años veremos de nuevo los efectos del cabildeo y de la evasión fiscal.
Las leyes moderadas, razonables, que persiguen la justicia y se aplican con ecuanimidad producen buenos resultados, en general. Las leyes draconianas, nunca funcionan.
Eduardo Mayora Alvarado.
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