(Publicado por Siglo Veintiuno, enero de 2012)
En su discurso del pasado 14 de enero el presidente Pérez Molina dijo muchas cosas importantes. Creo que la más significativa es que la prosperidad económica que los guatemaltecos de buena voluntad quisieran para sus conciudadanos y para ellos y los suyos, no la puede dispensar el Gobierno. La tenemos que construir todos y cada uno de nosotros. Si el Gobierno nos garantizara un ambiente de respeto a nuestros derechos y de protección a nuestras personas y nuestros bienes, como nos lo ha ofrecido el Presidente, esa tarea de edificar nuestra propia prosperidad se realizaría con mucho más fruto y en mucho menos tiempo. Sigo teniendo esperanza en que la mayor parte de mis compatriotas llegará a comprender que no hay otra fórmula mejor que esta: El Gobierno respeta y hace respetar nuestros derechos y nos protege contra cualquier intento de violencia, fraude o de usurpación, y nosotros trabajamos duro y honestamente para alcanzar, en libertad, nuestra prosperidad.
Además, el presidente Pérez Molina hizo alusión a una idea que he oído mencionar muchas veces, tanto por periodistas como por algunos líderes políticos y gremiales. Creo que es una idea que se ha tratado de presentar como reflejo de una realidad y, además, como moralmente justificada. Es decir, se la ha expuesto como histórica y moralmente válida. Es la idea de que las “causas” que dieron origen al Conflicto Armado Interno siguen vigentes.
Esa idea implica que los revolucionarios guatemaltecos optaron por la insurgencia armada para lograr instaurar un régimen en el que se superara la pobreza, la enfermedad, la ignorancia y otras lacras sociales.
Al igual que el Presidente yo pertenezco a lo que él ha llamado “la generación de la guerra” y creo que no es verdad, ni histórica ni moralmente, que los revolucionarios guatemaltecos –quienes dirigieron el movimiento insurgente—hayan optado por la insurgencia armada para abolir la pobreza. No. La insurgencia revolucionaria guatemalteca fue marxista. Sus ideólogos y líderes abrazaron al marxismo como doctrina fundamental y entendieron que el socialismo marxista debía instaurarse aquí y por la fuerza de las armas. Algún día, de acuerdo con su propia doctrina, la sociedad guatemalteca pasaría de ahí al comunismo puro.
No dudo que haya habido simpatizantes del movimiento insurgente guatemalteco que entendieran “la revolución” como un medio para llegar a la abolición de la pobreza. De hecho recuerdo haber tenido más de una conversación con jóvenes estudiantes, como lo era yo en aquel entonces, que pensaban que la violencia revolucionaria era lamentable pero que no había otro camino para llegar a la instauración de un régimen de “justicia social”. Pensaban que la reforma agraria y la nacionalización de los medios de producción supondrían una redistribución de la riqueza en la que las mayorías pobres mejorarían. Pero esos eran los que simpatizaban sin participar. Los líderes y sus lugartenientes eran conscientes de las bases ideológicas de su movimiento y del objeto específico que perseguían: la implantación en Guatemala del socialismo marxista.
Es verdad que muchas de las circunstancias sociales y políticas de los sesentas, con variantes más o menos importantes, siguen presentes hoy; pero no fueron, en mi opinión, la causa del conflicto.
Eduardo Mayora Alvarado.
Sé el primero en comentar