(Publicado por Siglo 21 en octubre 2012)
Algunos creen que «el fantasma del pasado», es decir, la violencia del conflicto armado interno, esto es, la voladura de puentes, la destrucción de torres de transmisión de energía eléctrica, los secuestros de empresarios, las bombas y las amenazas de bombas, los ataques arteros contra las fuerzas de seguridad del Estado, y toda la «otra violencia» que «esta violencia» engendró, se esgrime ahora para una de dos cosas: o bien para que no se realicen más protestas violentas o bien para que no se repriman cuando desbordan los limites de la Ley.
Sin embargo, creo que algunos realmente temen al «fantasma del futuro», es decir, a una Guatemala en la que las personas se relacionan entre sí voluntariamente de acuerdo con leyes generales e iguales para todos; en la que los bienes comunes o públicos se sufragan con cargas que soportan en proporción al beneficio que derivan de esos bienes comunes o públicos; en la que las diferencias privadas se resuelven ante jueces realmente independientes; en la que las opciones que afectan a la colectividad se resuelven pacíficamente; en la que los poderes públicos están limitados a cumplir las funciones y fines que los ciudadanos definen por medio de la Constitución y la legislación pública; en la que no se dispone de los caudales públicos para favorecer o privilegiar a unos grupos a costa de otros; en la que las facultades coercitivas del Estado solamente se ejercitan para evitar que se disfrute de privilegios onerosos para el ciudadano común y para prevenir y reprimir que se emplee la violencia para privar a otros de sus bienes, derechos o su integridad.
Muchos temen a ese «fantasma del futuro» porque es un porvenir lleno de prosperidad. No está exento de trabajo duro ni de desafíos complejos, ni de expectativas frustradas, pero sí es un futuro de desarrollo integral y de conquista de fronteras. No es un mundo idílico en el que todos cantamos y nos abrazamos solidariamente agradeciendo sus dones a la madre tierra, sino que es un mundo de gotas de sudor, de noches en vela, de estudio, de investigación, de ensayo y error, de inversión y pérdidas, de inversión y, a lo mejor, ganancias; es un conjunto de circunstancias en las que cada día hay que ganarse cualquier cosa que mañana quisiera disfrutarse, en el que la belleza es el fruto del espíritu humano libre.
El fantasma del futuro asusta con el brillo de la dignidad humana que nace de la conciencia del deber cumplido, de la satisfacción de hacer algo en la vida que otros realmente aprovechan, porque pagan por ello. La dignidad del ser humano que se entiende útil, en libertad, para sus congéneres.
En ese mañana no hay lugar para los sembradores de cizaña ni para los que lucran de sentimientos como la envidia y el rencor. Es un mañana de osadía, de mujeres y hombres libres para emprender, no sin dificultades, riesgos y peligros, pero con la promesa de horizontes llenos de la más profunda satisfacción y del más genuino orgullo.
Ese fantasma del futuro hace temblar a los «promotores de conflictos», pero entusiasma a los «creadores de oportunidades».
Eduardo Mayora Alvarado.
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