(Publicado por Siglo 21 en noviembre 2012)
Alrededor de diez mil vecinos de Mataquescuintla se han pronunciado en contra del establecimiento en esa región de una empresa minera. Quién sabe exactamente por qué o con base en qué información se han opuesto. Alejandra Marroquín, en el último de sus artículos publicados este diario, lo presenta de esta manera: “Porque la vida de alguien es más valiosa que un anillo, porque para que las mujeres estemos lindas no tenemos que vestirnos de oro, porque esas joyas de oro no las usan la gran mayoría de guatemaltecas. Porque tenemos que empezar a cambiar nuestros hábitos de consumo.”
Por tanto, ella está sopesando la vida humana, por un lado y, por el otro, la vanidad humana. La minería, vista así, le plantearía a los Mataquescuintlecos un dilema entre proteger sus vidas o dejar que otras personas, quizás algunas de sus propias mujeres, satisfagan su vanidad llevando joyas de oro.
Si a los habitantes de Mataquescuintla les han planteado así el dilema, antes de ir a la consulta realizada, no me extraña entonces que 96% o más de ellos hayan dicho “no”. Lo raro sería que haya algunos que prefirieran la vanidad a la vida humana. Pero, insisto: ¿quién sabe?
Ahora bien, es abundantísima la evidencia (basta surfear la Red unos 15 minutos para comprobarlo) de que hay proyectos mineros que no suponen ni conllevan riesgos presentes o futuros para la vida humana y otros que sí. La industria minera, de hecho, es una de las más importantes del mundo y me atrevo a afirmar que ninguno de los estimados lectores que esté leyendo esta nota pudiera hacerlo a menos que la minería se hubiese desarrollado hasta el punto que hoy lo está.
En nuestro país hay proyectos mineros de los dos tipos y tanto los ciudadanos con consciencia de la importancia de reducir a su mínimo los riesgos para su vida y de sus prójimos, como también los órganos del Estado, debieran actuar para que sean cerraros los emprendimientos mineros probadamente nocivos para la vida humana, a menos que puedan convertirse en emprendimientos viables, sin peligro para la salud del hombre.
Por último, los vecinos de Mataquescuintla pueden estar en contra de la instalación de la empresa minera a la que se oponen, pero eso no implica, necesariamente, que dicha empresa deba cerrarse. Tendría que demostrarse que se ha violado la Ley por parte de sus propietarios o que se producen o serán inevitables los efectos nocivos que cause para los pobladores, de modo que, por medio del debido proceso, se ventile y, de ser lo procedente, se declare su clausura o las medidas que fueren legalmente oportunas.
Eso vale más que el oro: que se respete la Ley pues, como lo ha dicho el insigne Juárez y conviene recordar con frecuencia: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Los actos de coacción, los bloqueos intimidatorios y respaldados por violencia implícita contra los trabajadores, contratistas y accionistas de las empresas, solamente engendrarán más violencia de la cual, aunque los activistas detrás de estos movimientos lo nieguen, los que se oponen por la fuerza y no por la razón, no serán las víctimas sino los causantes.
Eduardo Mayora Alvarado.
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