(Publicado por Siglo 21 en enero 2013)
La Vicepresidenta se ha colocado el yelmo, la hombrera, el peto, la escarcela, la rodillera y la greba. Ha mandado preparar su lanza y espada y llamar a los “caballeros” con los que emprenderá una cruzada contra la corrupción. ¿Lograrán ella y sus cruzados rescatar al Estado y sus entidades del yugo de la corrupción? Depende, por supuesto.
Esos “caballeros” son los asesores especializados en problemas relativos a cómo evitar que, dentro de la dinámica de los procesos de contratación pública, de asignación y ejecución de recursos del Estado, se pierda una parte importante –intolerable—de los fondos que aportan los contribuyentes y, en ese sentido, no cabe duda de que, efectivamente, hay peores y mejores técnicas de organización administrativa, contable, financiera y de control que, a su vez, redundan en mayores o menores grados de dificultad para realizar actos de corrupción.
Dice el dicho que “en arca abierta hasta el justo peca” y, por tanto, sí que es importante procurar, en el ámbito de las administraciones públicas, que el arca esté lo menos abierta posible. Negar que en esto haya un proyecto digno de emprenderse por el Ejecutivo –la cruzada contra la corrupción—sería una tontería, pero también lo sería soslayar las relaciones recíprocas que existen entre impunidad y corrupción.
En efecto, las técnicas administrativas y los controles internos y externos son una primera barrera y deben existir, incluyendo la restauración de un servicio civil profesional (en cambio de la burocracia sindicalizada y tremendamente improductiva que traba tantas cosas hoy en día). Sin embargo, en la medida en que los corruptos potenciales perciban que pueden ignorar los procedimientos administrativos reglamentados y burlar los controles establecidos, “impunemente”, en esa misma medida la cruzada fracasará.
Las medidas administrativas y de control deben facilitar la detección de actos de corrupción y deben permitir la persecución más eficaz de los responsables, pero el factor determinante capaz de disuadir a la mayor parte de los corruptos potenciales es una idea muy simple, a saber: –si hago esto, terminaré en la cárcel. Como no exista un temor fundado y certero de que la corrupción conduce más temprano que tarde a prisión, la cruzada fracasará.
Es por eso que la reforma más importante es la del sistema de justicia. No es la única, claro está, pero si al Ejecutivo verdaderamente le interesa erradicar los niveles ya escandalosos de corrupción, el objetivo en que debe enfocarse primero es en la reforma, a fondo, del sistema de justicia. En relación con ello es una pena que, al proponer una reforma constitucional desenfocada del problema prioritario del país, la impunidad, el Ejecutivo haya generado anticuerpos y una mala imagen de la reforma como tal. Sin embargo, esa situación debe remontarse y superarse porque este país no puede seguir adelante mientras no reforme a fondo su sistema de justicia, como no sea envuelto en la violencia, la criminalidad y la corrupción. He ahí la verdadera cruzada.
Eduardo Mayora Alvarado.
@Vientomares
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