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¡Benditos impuestos!

(Publicado por Siglo 21 en enero 2013)

El pasado veintiséis aparece en la revista “The Economist” un artículo sobre Guatemala.  A mí me supo a un refrito más de esa versión simplista del país que, en general, las izquierdas proponen a los medios de comunicación social que, con frecuencia, degluten con mentalidad igualmente simplista.  Así, se nos presenta como un país en el que persiste una incapacidad crónica para cobrar impuestos y, como parte de esa simplista visión de las cosas, se relaciona a las lacras sociales del país con esa flaca recaudación.

Más interesante que dicho refrito me parece la cuestión de por qué se ha presentado esa incapacidad, que es la otra cara de la moneda de una economía informal que, dependiendo de la fuente, se sitúa entre un 75% a 83%.  ¿Qué puede deducirse de una situación tan extrema como esa? Primero, creo yo, que la carga tributaria la lleva encima una bastante pequeña minoría que, por consiguiente, patalea.

Esto es muy importante comprenderlo pues, lógicamente, a nadie le gusta ser tomado como “el tonto de la cuadra”.  Dicho más técnicamente, existe una relación inversamente proporcional entre la resistencia a soportar cargas tributarias mayores y la menor amplitud de la base de contribuyentes.  Es una actitud lógica: –cóbrele usted a todos como a mí, y entonces platicamos.

Concuerdo con que esta justificación no puede llevarse a extremos absurdos –o todos o ninguno—pero estoy convencido de que mientras los órganos Legislativo y Ejecutivo del Estado y la Administración Tributaria persistan con el cuento del refrito que cito arriba, es decir, que la carga tributaria es muy baja en relación con el PIB y punto, seguirán perdiendo contribuyentes.  Aquí necesitamos urgentemente formalizar nuestra economía y para lograr eso “la carnada” debe ser buena y blanda.

En efecto, el sistema tributario, el régimen laboral, el régimen de seguridad social y el régimen de licencias y permisos para el ejercicio de la industria y el comercio, sea de bienes o de servicios, deben “abaratarse”.  La población económicamente activa que hoy en día “sobrevive” en la informalidad no va a regresar al redil mientras el coste de formalizarse sea más alto que el de batirse en la economía negra (que tampoco es un ideal ni mucho menos). Por su lado, ni el Gobierno ni la SAT tienen la capacidad de forzarlos a ser buenos chicos y pagar sus impuestos, contratar trabajadores pagando el salario mínimo y demás prestaciones de Ley, contribuir al IGSS, sufragar al IRTRA, aportar al INTECAP, etcétera, etcétera, etcétera.

Desconocer la necesidad de abandonar dogmas absurdos, como el de las prestaciones laborales mínimas e irrenunciables, por ejemplo, es lo mismo cavar la tumba de lo poco que queda de economía formal.  Ese tipo de rigideces irracionales está en la raíz del fracaso del modelo guatemalteco y la solución está en concebir un régimen económico suficientemente  “barato” para que, en lugar de que la proporción sea 80/20, informal/formal, lleguemos algún día al 20/80 que se necesita para viabilizar a este país.

Eduardo Mayora Alvarado. 

@Vientomares

 

Publicado enArtículos de PrensaJurídicosPolítica

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