(Publicado por Siglo 21 en mayo 2013)
Durante los últimos meses hemos asistido a dos procesos judiciales que, seguramente, merecen el calificativo de históricos. En uno de ellos, el del ex presidente Portillo, se produjo una absolución que, posteriormente, dio lugar a una extradición; el otro, seguido contra los Generales retirados de Ríos Montt y Rodríguez Sánchez se produjo una condena por genocidio en contra del primero, que posteriormente ha quedado anulada.
Mi impresión, a partir de lo que se ha publicado y comentado en los medios de comunicación social, es que tanto quienes favorecían un desenlace como el otro, es decir, que cada uno de esos procesos concluyera de la manera como concluyeron o del modo contrario, se han quedado con un sabor agridulce o quizás amargo en la boca. Se han quedado con la sensación de que la justicia no ha funcionado. En mi opinión, la justicia no podía haber dado frutos distintos de los que dio.
Las razones son dos: primero, los jueces y magistrados no gozan de estabilidad en sus altos y delicados cargos y, por ende, no son verdaderamente independientes. Segundo, por la regulación del amparo en nuestro ordenamiento jurídico.
En efecto, imagine usted un sistema que debe bombear y filtrar tanques llenos de un líquido sucios y viscoso a través de unos mil tubos para depositarlo, ya filtrado y limpio en otros tanques. Sin embargo, a cada paso hay una llave en cada tubo que se cierra para que el líquido suba a un segundo sistema de tuberías y filtros que, a cada paso tienen otras llaves para que el líquido llegue a un solo tubo y un solo filtro que está por encima del primer sistema de tubos y del segundo.
Los mil tubos son los jueces ordinarios; el segundo sistema de tubos y filtros son los tribunales de primera instancia en cada amparo que se interpone. Cada amparo cierra una de las llaves en las tuberías del sistema interior y cada apelación de amparo cierra una llave en la tubería del sistema superior. El último tubo y filtro es la Corte de Constitucionalidad, a donde llegan todos los fluidos que recorrían las tuberías del sistema inferior y la del sistema superior. Todo esto ocurre, metafóricamente hablando cada diez metros, en recorridos que van de doscientos hasta mil metros de largo. ¿En cuánto tiempo cree usted que será posible trasladar ese líquido sucio y viscoso de los tanques de un extremo a los tanques del otro? y, ¿diseñaría usted un sistema así?
Es verdaderamente urgente revisar el sistema de justicia a fondo porque un sistema como el descrito es imposible de operar con éxito. Debe comprenderse que, en la teoría general del Estado de Derecho, los filtros principales han de ser los jueces ordinarios y los tribunales superiores ordinarios. Cuando lo unos y los otros son considerados como capaces de ensuciar ellos mismos los fluidos que debe más bien filtrar, el sistema se quiebra. El amparo debe proteger a las personas de los abusos inconstitucionales o ilegales que cometan los otros poderes del Estado y, solo excepcionalmente, los jueces y magistrados ordinarios.
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