(Publicado por Siglo 21 en junio 2013)
Por lo menos a juzgar por lo que aparece en los medios de comunicación social, en Guatemala se ha ido creando una cierta confusión entre la “representación ciudadana” y la “representación de una corriente de opinión”. Creo que, en parte al menos, la confusión es promovida por sus beneficiarias, las ONG.
Uno de los temas centrales de la ciencia y de la praxis política es ese, el de la representación. ¿Cómo o en qué circunstancias puede decirse que “el pueblo” ha delegado su representación? La respuesta no siempre es sencilla; sin embargo, ciertos elementos, como el sufragio universal, la posibilidad de organizar partidos o comités cívicos que reflejen las diversas ideologías o preferencias del electorado y la periodicidad de los procesos electorales, son tenidos como presupuestos fundamentales de cualquier sistema democrático representativo.
Pero en Guatemala es poco frecuente que, en relación con los temas más importantes de la vida nacional, se consulte preferentemente a los representantes electos del pueblo y a sus instituciones, sus partidos políticos o sus comités cívicos, en lugar de a tal o cual ONG. No creo que tenga nada de raro que se busque la “opinión” de determinadas ONG o asociaciones, sino el hecho de que se les dé, por lo regular, mayor relieve a sus “opiniones” que a las posiciones de los representantes electos del pueblo o a sus instituciones debidamente organizadas.
Este fenómeno es todavía más peculiar porque, muchas veces, a las ONG no se les busca para que den una opinión técnica, sino más bien de tipo ideológica. No se les exige que fundamenten sus asertos con investigaciones científicas, técnicas o con validez estadística (cuando se expresan, por ejemplo, en nombre de “la población”), sino que se toma como válido y verdadero su parecer sobre qué prefieren los ciudadanos. ¿Por qué?
Sin embargo, ¿quién puede hablar con más legitimidad sobre las preferencias en materia de política social o económica, un diputado al Congreso respaldado por decenas de miles de votos, o el presidente de una ONG que aglutina a media docena de personas y cuyo presupuesto se cubre por fundaciones, algunas veces, extranjeras?
Es verdad que los partidos y los líderes políticos adquieren compromisos con los grupos que financian las campañas; eso siempre se ha sabido. Pero lo mismo ocurre con la inmensa mayoría de ONG y asociaciones dedicadas a la “cuestión social”. También es cierto que no todos los representantes del pueblo procuran recabar información sobre las posiciones de sus representados o, todavía mejor, orientarlos sobre sus opciones; sin embargo, la inmensa mayoría de ONG ya están comprometidas con una visión concreta de la materia que las ocupa, sea económica, de salud reproductiva, relacionada con el medio ambiente o lo que fuere.
En definitiva, creo que es muy importante que los ciudadanos sepan distinguir entre quiénes son sus representantes como tales y quiénes representan meras “opiniones” que, por supuesto, pueden coincidir con las suyas o no, pero carecen de representatividad democrática.
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