(Publicado por Siglo 21 en agosto 2013)
Muchas de las personas que protestan en contra de la minería, no están en contra de que se extraigan los recursos del subsuelo, sino de que lo haga una empresa (si es extranjera ¡peor!) para lucrar con ello. Tampoco se oponen a la generación de energía por medio de hidroeléctricas o de termoeléctricas, sino a que lo haga una empresa para lucrar con ello. A muy pocos de los que ponen el grito en el cielo por la instalación de una nueva planta de cemento les molestaría el tema, si lo hiciera el Estado por medio de “Cementos de Guatemala”, porque entonces no sería una empresa la que lucre con eso.
Muchos de los que siguen maldiciendo las llamadas privatizaciones, en el fondo, lo hacen porque, aunque tengan teléfono fijo y móvil (y más de uno y de dónde escoger), se los venden empresas lucrativas (apuesto a que alguno comentará: –No; la crítica es por las ilegalidades que se cometieron en el proceso; sin embargo, lo afirma pero no le consta absolutamente nada). Algo parecido ha pasado con el régimen legal de las adopciones: sigue habiendo escándalos y medio mundo se queja de que los procedimientos sean interminables; empero, los que antes criticaron el sistema hoy hacen mutis porque, supuestamente, el proceso ya no es lucrativo (qué importa los niños cuyas vidas hayan sido afectadas).
De la educación privada nada les preocupa a muchas de esas personas que sea buena o mala; lo que les revienta es que los colegios sean unos careros y que su afán sea el lucro. Aunque parezca mentira, prefieren que la economía del país siga condenada a las enormes ineficiencias de los puertos y aeropuertos del Estado, con tal de que no sean lucrativos (como si no hubiera actualmente cientos de personas que lucran, y no solo ilegalmente, en torno a esas infraestructuras y su operación).
En fin, hay un grupo de guatemaltecos que preferiría un mundo sin afán de lucro en el que la explotación de los recursos naturales y la producción, distribución y suministro de los bienes y servicios masivos se hicieran por el Estado o sus entidades, por el bien público y el interés general. Por supuesto, con calidad y excelencia, también. ¿Y qué hay de malo con eso?
Lo malo con eso es que es un mundo utópico. Nos guste o no, los seres humanos actuamos para mejorar y, entre realizar un objetivo a un coste mayor que a un coste menor, preferimos lo segundo. No es que no haya momentos y circunstancias en que cualquiera de nosotros no pudiera ser movido a la acción por el amor, la solidaridad o el patriotismo; por supuesto que sí. Pero la generalidad de las personas, por lo regular, actúa para mejorar y eso quiere decir: para ganar lo más que pueda al menor coste posible. Suprima usted las motivaciones e incentivos personales y directos y tendrá, exactamente, los ineficientes, costosísimos y decrépitos servicios públicos estatales.
Pero el afán de lucro tiene que estar sujeto a dos condiciones: primero, no se valen todos aquellos medios definidos como “ilegales” y, segundo, no debe haber barreras a la libre competencia.
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