Si uno se pregunta qué es un guatemalteco pues vienen muchas cosas a la mente pero, juzgue usted. ¿Puede identificarse al guatemalteco por su lengua? Realmente, no. Casi todos hablamos un español al modo chapín -y con variantes importantes de región a región-, pero para un número considerable de guatemaltecos su lengua materna es otra, que además, tampoco es compartida siquiera por una quinta parte del resto de los guatemaltecos.
¿Puede identificarse al guatemalteco por su entorno geográfico, por su hábitat? Realmente, no. Una buena parte vivimos en este Valle de la Asunción, bendito por su eterna primavera; otros, en esa esquina maravillosa del Caribe guatemalense que, a pesar de su proximidad geográfica, presenta una fisonomía, unas características climáticas y una «personalidad» diametralmente distintas. Y los que viven en el Altiplano, mirando al sol casi de tú a tú, entienden de heladas y de escarcha al igual que de variaciones enormes de temperatura entre cuando brilla ese sol de montaña y de volcanes y cuando la penumbra comienza a cubrir los campos de trigo o de maíz y los bosques de coníferos. Los que viven en ese oriente seco pero de ningún modo soso, difícilmente pueden imaginar la humedad de la boca costa del sur o las planicies cubiertas de caña de azúcar -contraste notable al lado de los arbustos del tipo «Gran Chaparral» que cubren parte del este nacional-.
¿Será, entonces, la misma religión la que define al guatemalteco? Sí y no. Una abundante mayoría tiene de señor y modelo a Jesucristo pero no lo adora integrando la misma asamblea, la misma iglesia. Unos escuchan el domingo al pastor otros al cura y todavía otros ni al uno ni al otro. Muchos piensan, además, que rebrota, de modo asombroso o misterioso, una religiosidad precolombina que se añade al mosaico.
¿Tal vez sea entonces el origen étnico del guatemalteco el factor que lo defina como tal? No. También las razas y las mezclas de razas caracterizan a los habitantes de esta tierra de lagos y volcanes, a tal punto que los guatemaltecos fronterizos de El Salvador se asemejan más a sus vecinos salvadoreños que a sus connacionales marquenses y estos últimos más a los chiapanecos que a los de Jalapa, por ejemplo.
¿Qué queda entonces? Pues, si hemos de ser realistas, el guatemalteco solamente existe en la definición constitucional y legal de nuestra nacionalidad: bien el que nazca en territorio de la República o en el extranjero hijo de padre o madre guatemaltecos, bien el que obtenga por naturalización, solicitándolo ante las autoridades de la República, la nacionalidad guatemalteca. De qué origen sean sus padres, cómo adore a Dios –o si lo adora o no–, si tiene maneras de costeño o de montañés, no importa. Es guatemalteco porque integra una misma comunidad jurídico-política que le atribuye los mismos derechos y obligaciones, entre los que están el elegir y ser electo para cargos públicos por y para los ciudadanos así definidos, también, por la Constitución Política de la República. Quien quisiera negar que somos una nación basada en un orden jurídico y político común, niega a Guatemala.
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