Una de las características del debate público es eso que yo llamo su “gelatinosidad”. El debate público es gelatinoso porque cada escritor, comentarista o articulista goza del poder de darle un significado propio a las cosas de que trata y, así como cuesta mucho sujetar un trozo de gelatina con la mano, así también cuesta mucho delimitar el significado de los términos que se emplean en dicho debate.
La noción de “neoliberalismo” es una de esas gelatinas del debate público que, fácilmente, debe rebasar una docena de significados diferentes y, de ese modo, es muy fácil atribuirle al neoliberalismo el ser la causa de casi cualquier cosa, buena o mala.
Quizás no esté yo solo al apreciar que, en la Guatemala de hoy, es muy frecuente que los articulistas y comentaristas de izquierda le atribuyan al neoliberalismo la situación que impera en el país. Desde la violencia hasta los granos que suben de precio (no los que bajan), pasando por la desigualdad, la desnutrición, la pobreza, etcétera, son para ellos consecuencia del neoliberalismo.
Creo que este fenómeno de opinión pública solamente es explicable como una clase de gelatina: la gelatina de la opinión pública contemporánea. A ver si logro explicar más concretamente a qué me refiero.
Si en este país uno quisiera organizar una empresa dedicada a la banca comercial, a los seguros y las fianzas o a la banca de inversión, tendría que hacerlo dentro de un mercado totalmente regulado. Eso, no es muy neoliberal. Si el proyecto fuera adquirir yacimientos minerales o petrolíferos, sería imposible porque son propiedad del Estado; lo cual tampoco es muy neoliberal. Imaginemos que la idea fuera ofrecerle a los trabajadores planes de jubilación alternativos a los del IGSS; esto tampoco sería posible, sumándose a las otras situaciones anti-neoliberales.
Pensemos en la posibilidad de proponer a los trabajadores de una empresa un “contrato de trabajo alternativo”; no, olvídelo. ¿Neoliberal? Y, ¿qué tal estudiar derecho en una universidad en línea y, después de terminar la carrera, entrar a competir al mercado de los servicios de la abogacía? A menos que su título le fuera homologado por la USAC y que lo inscriban en el Colegio correspondiente, abandone la idea. ¿Neoliberal?
Y, ¿qué hay de las empresas de transporte? ¿Puede uno proponerse la organización de una nueva línea aérea, con todo y su aeropuerto sede, su “hub”? No sea soñador, eso es demasiado neoliberal. Bueno, lo de los aviones es muy complejo; pero, ¿qué tal una empresa de taxis? Eso, si obtuviera las licencias y cumpliera con las regulaciones estatales y municipales, sí. ¿Muy neoliberal? Pero, seguro que el negocio de los espectáculos será totalmente libre, ¿no? Pues, realmente, no. Hay una serie de reglas que protegen al artista nacional y otras cositas no muy neoliberales…
En fin, puede que para algunos, desde una perspectiva gelatinosa, el hecho de que no sea el Estado el titular de un monopolio de generación de energía eléctrica o de prestación de servicios de telecomunicaciones nos dibuje como un “régimen neoliberal”. Pero a un nivel un poquitín más riguroso, aquí, el neoliberalismo, no existe.
Eduardo Mayora Alvarado.
Sé el primero en comentar