Un foro más acaba de concluir en Guatemala y, seguramente, en otros países o regiones también. Es esa búsqueda interminable, como si fuera un misterio oculto, del camino que conduce a la prosperidad.
Y, sin embargo, la receta siempre ha estado a disposición, siempre ha sido clara. Del lado del marco jurídico institucional del Estado, es menester contar con tres ingredientes: el imperio del derecho, hecho valer por tribunales verdaderamente independientes; una división de poderes, pero de modo que “el poder limite al poder”; y un sistema razonable de participación ciudadana en la designación de sus representantes y de sus autoridades.
Del lado de la dinámica de los gobiernos locales y del gobierno nacional, se requiere de otros dos ingredientes: administraciones públicas competentes y procedimientos administrativos transparentes. En lo que al liderazgo político toca, son tres las cosas que hacen falta (a gritos): una convicción profunda de cada líder y de cada partido en cuanto a sus principios e ideología; una determinación férrea de ponerlos por obra dentro del marco jurídico del Estado; y el más absoluto respeto por las reglas del juego (que deben ser razonables: los políticos tienen una profesión diferente de la de los monjes).
En cuanto a los ciudadanos, el elemento más importante de esta receta, deben estar presentes, por lo menos: primero, la consciencia cívica; segundo, cierta visión de largo plazo; y por último, una pasión irrenunciable por su libertad individual. De otra manera, de ciudadanos se convierten en borregos; no, peor aún, en “dependientes”.
El sector productivo, es decir, todos los procesos por medio de los cuales empresas, consumidores, trabajadores, profesionales, técnicos, etcétera, se coordinan entre sí para lograr mejor y más eficientemente sus objetivos, deben quedar sujetos a la libre competencia en mercados abiertos. La prosperidad nunca será fruto y la justicia es contraria a la concesión de privilegios y ventajas, sea cual fuere la justificación.
A los pobres, los que por más que quisieran carecen de los medios para acceder a los procesos del mercado con alguna expectativa de salir adelante, puede y debe apoyárseles por medio de programas gubernamentales (además de los privados voluntarios) muy focalizados y, preferentemente, basados en sistemas de transferencias condicionadas. Las condiciones deben ir por el lado de su salud –para que puedan desarrollarse biológicamente y competir- y de su educación –para que puedan desarrollarse intelectualmente y competir.
Los recursos naturales de importancia económica deben privatizarse, como cualquier actividad que pueda desarrollarse dentro del marco de un mercado abierto y competitivo. Su privatización debe convertir, en la medida de lo posible, en “accionistas” a los “ciudadanos”. Y, cuando fuera imposible, los sistemas de subasta pública internacional pueden llevar al Estado los fondos necesarios para apoyar a los pobres.
En pocas palabras, la receta del platillo de la prosperidad ya es de todos conocida y si no se adopta es por ciertas razones también muy conocidas: hay grupos de interés que viven muy bien del sistema que actualmente prevalece y, por supuesto, están dispuestos a defenderlo de tres maneras: con falacias, con corrupción y con violencia.
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