Decía hace una semana que, en relación con la reforma constitucional del sistema de justicia, prácticamente todos los grupos de poder y de interés se retraen, no sólo porque como son las cosas actualmente derivan ciertas ventajas en el corto plazo, sino porque desconfían profundamente de los otro grupos de poder y de interés y les preocupa que, como se decía en un programa de TV recientemente, al “abrirse la caja de pandora” otro u otros grupos se pongan de acuerdo y les quiten parte de las ventajas de que ahora gozan, no para el bien general, sino para disfrutarlas ellos.
Es por eso que afirmaba que, realmente, casi todos los grupos de poder y de interés reconocen que, en el largo plazo, todos estaríamos mejor con un sistema de justicia bien concebido y diseñado, pero desconfían tanto de sus competidores en la arena del poder político que, tristemente, prefieren quedarse con el statu quo.
Y prefieren quedarse como estamos sabiendo, además, que no es sostenible. Pero, imagine usted, piensan los de un lado, que en eso se nos malogra el secreto bancario, la prohibición de financiar al Estado con emisiones inorgánicas o, peor todavía, la propiedad privada. Y los del otro lado se despiertan con la pesadilla de que, una buena mañana, el IGSS sea privatizable, la USAC haya perdido su monopolio de universidad estatal o, peor todavía, que le quiten parte de su presupuesto para dárselo a la Justicia.
Y es en un predicado como éste que haría falta un Jefe del Estado con las convicciones y credibilidad para dirigir a la nación hacia una reforma acotada, circunscrita al sistema de justicia. Los verdaderos estadistas son los que logran comprender los riesgos, los temores y las ansiedades de cada jugador en el plano de la política real y, en lugar de aprovecharlos para “su proyecto político”, propone un gran proyecto nacional que le permita al país dar un salto, que ayude a sacarlo del régimen de impunidad en que se desgarra.
Naturalmente, antes del instante mismo en que se anunciara una reforma, todos los grupos de poder, sin falta, procurarían ganar terreno constitucional, es decir, más poder. Todos, sin falta, ofrecerían al “árbitro” una parte de ese poder adicional y, por supuesto, todo sería pintado como lo más conveniente para la república. Pero la capacidad para desenmascarar estos intentos, para conseguir que el proceso sea transparente, para ganarse la confianza de todos porque se rechazan las actitudes ventajistas de cualquiera, es lo que hace a un verdadero estadista. Y por eso, algún día, se les hace una estatua en la Avenida de la Reforma.
Pedir a los integrantes de las comisiones de postulación que asuman ellos las responsabilidades de los que los han llevado a esas sillas me parece, por lo menos, ingenuo. Tampoco creo que ninguno de los postuladores intente que, dentro de las limitaciones del esquema existente y con todos los antecedentes conocidos, las cosas salgan lo mejor posible. Pero lo mejor posible es lo que ya conocemos desde hace casi treinta años, nada más y nada menos.
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