Cada vez que está sobre el tapete la aprobación del Presupuesto General de la Nación quedo perplejo de cómo, creo yo, se produce una paradoja. Esta paradoja es indicativa de una mentalidad muy extendida que, según me parece, está a la raíz de muchas de las decisiones erróneas que, en el plano político, tomamos los ciudadanos.
El punto es el siguiente: el Gobierno prepara el anteproyecto del Presupuesto que, siempre, es mayor que el de los ejercicios anteriores. Esto se justifica de múltiples maneras pero, principalmente, acudiendo al engañoso cuento de que, el Iberoamérica, somos el país con una de las ratios más bajas de carga tributaria, gasto social y e inversión estatal respecto de PIB. Y, he aquí la razón por la cual esto se valora negativamente: a más carga tributaria, más gasto social, más inversión estatal y, por tanto (así se afirma), más desarrollo.
En otras palabras, tanto el Gobierno como la inmensa mayoría de analistas, e incluso de políticos opositores, sostienen que, en efecto, la proposición: “a más presupuesto más desarrollo”, es válida. Claro, todos añaden la condición de que el gasto público sea transparente, focalizado, eficiente, etcétera.
Así, los debates públicos, los artículos de prensa y las declaraciones de los políticos se enfocan en el tamaño del Presupuesto y en cómo debiera gastarse y por quién, si por los Consejos de Desarrollo (es decir, por los propios diputados que lo aprueban), si por los fideicomisos (pero con sujeción –como legalmente corresponde- a la Ley de Contrataciones del Estado), si por los ayuntamientos o por el Gobierno.
Pero, ¿de dónde salen los fondos para el Presupuesto? ¿Quién paga los tributos y quién la deuda? ¿Cómo pudiera afectarse la credibilidad de los agentes económicos en la sostenibilidad del frágil equilibrio macroeconómico existente y cómo pudiera reflejarse tal cosa en las calificaciones de las agencias calificadoras? En fin, ¿no debe considerarse, en primer lugar, lo que del Presupuesto opine “la pata de los huevos de oro”?
Y la paradoja es esa, que son los contribuyentes (“la pata de los huevos de oro”) los que ponen los tributos para el gasto corriente y para la amortización de la deuda pública, pero el Gobierno, la oposición y casi todos los analistas discuten sobre el Presupuesto y debaten sobre su importe y asignación, simple y sencillamente, de espaldas a los generadores de casi todos los ingresos que lo financian.
Al proceder así se genera un fenómeno que yo llamaría “invitación a salirse”. En efecto, cuando los niveles de informalidad económica rondan un escandaloso 70%, cuando la evasión tributaria es gigantesca, cuando la percepción de la ciudadanía es que la corrupción lo mancha todo, la discusión y posible aprobación de un presupuesto desfinanciado, a espaldas de los contribuyentes es, eso: una invitación a salirse del sistema.
Los presupuestos carentes de realismo ponen en peligro la estabilidad de los mercados financieros, cambiarios y del sistema monetario, además de sembrar dudas sobre la conveniencia de mantener o incrementar los niveles de inversión. Y la inversión es el concentrado del que se alimenta “la pata de los huevos de oro”.
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