Hay muchos intelectuales en el mundo para quienes el hecho de que cualquier sociedad, como la nuestra o la de la Ciudad de Nueva York, muestre enormes desigualdades entre sus miembros, es una causa y no una consecuencia de la pobreza de los de menores ingresos.
Además, otros muchos intelectuales miran en la desigualdad social un mal social por sí mismo. Incluso si los de menores ingresos, como en los países desarrollados, gozan de unos ingresos y satisfactores que en otras regiones del mundo serían un lujo, el hecho de que haya otros mucho más ricos que aquellos es visto por estos intelectuales como un mal social.
Los igualitaristas que ven en la desigualdad una causa y no una consecuencia de la pobreza entienden que, por tanto, una cierta gama de políticas redistributivas que atenuaran dichas desigualdades también resolverían el problema de la pobreza, al menos en parte. Sin embargo, pierden de vista que los generadores de la riqueza que pudiera redistribuirse no están dispuestos por igual a mantener sus niveles de inversión y de producción a cambio de un margen menor de beneficios. Es más, los generadores de riqueza también son desiguales en su productividad y, por tanto, no todos gozan de los mismos márgenes de beneficios. Por tanto, un tipo impositivo que en promedio reduzca en una cuarta parte los beneficios de, por ejemplo, los industriales, bien puede estar sacando del universo de industriales generadores de riqueza a la mitad, a una tercera parte, o lo que fuere. Obviamente, esto disminuiría la riqueza total y la que hubiera por redistribuir.
Los igualitaristas que ven en las desigualdades sociales un mal en sí mismo, independientemente de las consecuencias que puedan darse en términos de la disminución de la riqueza total, también están a favor de ciertas políticas redistributivas a pesar de que pudieran comprender que las mismas generarán un nivel de vida peor para todos. En el esfuerzo por disminuir la igualdad, no hay forma de evitar que el nivel total de riqueza se mantenga por los tipos de razones indicadas arriba.
Ahora bien, uno de los ideales del sistema de gobierno republicano es que todos los ciudadanos sean iguales ante la Ley y que esa igualdad sea garantizada por un Poder Judicial verdaderamente independiente y, por tanto, imparcial. Para los igualitaristas este tipo de igualdad no es suficiente y, en algunos casos, hasta es despreciada por ellos como algo sin ningún tipo de significado real.
Esto es un grave error, creo yo, por parte de quienes así piensan. De hecho, es en aquellos países en los que el ideal de la igualdad ante la Ley se respeta de modo más firme y estable en los que, además, se ha conseguido la mejor combinación de producción total de riqueza y de igualdad social. Al ser países muy ricos sus recursos públicos son suficientes como para armar eso que suele llamarse la “red de seguridad” y, si bien las desigualdades sociales son importantes, los que son llamados pobres tienen un nivel de vida muy superior al de los que viven en países en que no se respeta esa igualdad ante la Ley.
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