Déjeme, estimado lector, iniciar este artículo con una figura retórica quizás poco elegante pero, eso espero, útil para ilustrar los dos puntos que quisiera abordar en esta ocasión. Suponga usted que lo llevan a un campo de fútbol y ahí está entrenando un equipo en el que todos los jugadores están atados por la pierna izquierda a la pierna derecha de otro jugador y, además, cada vez que alguien aplaude cinco veces todos tienen que sentarse y volver a ponerse de pie. Naturalmente, aquel entreno más semeja una escena de circo que un buen ejercicio deportivo, pero de todas formas la persona que lo ha llevado ahí le pregunta: ¿qué opinión le merece el equipo? Creo su respuesta sería algo así: –en las circunstancias en que están entrenando, me es imposible dar un parecer.
Efectivamente, hay circunstancias en las que es casi imposible juzgar la eficacia y la excelencia de cualquier jugador o grupo de jugadores, y lo mismo ocurre respecto de cualquier arreglo o modelo institucional. Y, por supuesto, el modelo de organización del Poder Judicial de cualquier país no es la excepción.
¿Qué le parecen nuestros jueces y magistrados? Pues creo que es casi imposible dar una opinión válida porque, al igual que aquel equipo de fútbol, operan en unas circunstancias casi ridículas. Si uno se plantea en serio qué atributos quisiera de los jueces de su país, seguramente los tres principales serían la independencia, imparcialidad y la ecuanimidad. No son los únicos, pero sí los más importantes atributos de que ha de revestirse la función judicial. Y, si uno analiza las reglas de organización de nuestro sistema de justicia y la regulación constitucional y legal del Amparo, lo que encuentra es, en cierto modo, que cada jugador está atado de la pierna izquierda propia a la derecha de otro jugador y que, cada vez que alguien aplaude cinco veces, hay que tirarse al suelo.
Por el lado de la independencia, es imposible pensar en ella cuando cada cinco años prácticamente toda la plana mayor del Poder Judicial, “sale a remate”. La otra parte, tampoco tiene nada garantizado para más de cinco años y, como es bien sabido, todos tiene claro que el nombre del juego aquí es: “conéctate con el grupo ganador”. ¿Ganador de qué? Pues de todos los procesos para integrar las tristemente célebres comisiones de postulación y, ya conformada la Corte Suprema, con el grupo ganador que, por tanto, tiene el poder de nombrar y trasladar a los jueces. Y, si el nombre del juego es “enchúfate”, ¿cómo puede siquiera pensarse en la independencia judicial?
Lo del Amparo es una paradoja increíble pues, al haberse concebido tan “garantista” y tan amplio, se convirtió en la herramienta ideal y predilecta para entrabar la marcha de la justicia. Y esto favorece la situación de los jueces y magistrados para quienes, muchas veces, lo mejor es que el tiempo pase sin que se resuelva el fondo del asunto. ¿Para qué quisieran fabricarse enemigos que los puedan boicotear en la próxima elección?
Está en manos de los líderes, de la élite y de los ejercen algún tipo de poder legítimo promover la reforma del sistema de justicia; mientras no se emprenda, ni la CICIG haría la diferencia.
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