Hay un pequeño grupo de lectores de mis artículos que, cuando se trata de temas como el de éste, básicamente comentan lo siguiente: –es culpa de los neoliberales o de su ideología. Ese pequeño grupo nunca explica cómo o por qué es esa su opinión, dando así la impresión de que, para ellos, es una especie de “cuestión de fe”. Es decir, eso es lo que ellos creen y punto.
Sin embargo, me parece que lo interesante está en intentar uno justificar por qué cree una cosa u otra. Para mí, hemos llegado a este punto, es decir, de casi zozobra de los órganos del Estado, paradójicamente, por la mentalidad estatista del votante y del universitario medio de Guatemala. Es imposible explicar en tan pocas líneas todas y a fondo las razones para sostener esta afirmación, pero he de intentar un esbozo.
El votante medio en Guatemala quisiera, como todo ser humano, tener acceso a los principales satisfactores de una existencia llevadera a un coste que le sea asequible. En su mentalidad, las probabilidades de que ese coste sea asequible dependen de que, de algún modo, se impida a los suministradores de dichos satisfactores cargar precios o tasas, según sea el caso, por encima de cierto nivel.
El votante medio, pues, no piensa tanto en tener la oportunidad de poder desarrollarse profesional, comercial o culturalmente para asegurarse unos ingresos por encima de ese nivel de precios y tasas, sino más bien en la implementación de controles, topes, límites, regulaciones o de sistemas que impidan que los costes de esa existencia llevadera, rebasen sus posibilidades. Por su lado, el universitario medio de este país, sea desde una posición de político, de un cargo en el Estado, o en el propia universidad nacional, lo que fuera, confirma con su discurso, con las políticas públicas que promueve, con las teorías que repite en el salón de clases a los que un día serán los maestros de escuela del votante medio, que, efectivamente, sin controles, permisos, topes o, simplemente, como no sea el Estado quien preste directamente el servicio, los costes de una existencia llevadera subirán por encima de sus posibilidades.
En pocas palabras, el votante medio de este país no se ve a sí mismo como un competidor en el mercado laboral, en el mundo de los negocios, en el campo de la cultura y las ideas, para todo lo cual ha de preparase de manera que sus oportunidades mejoren, sino como una pieza de una estructura social y política más bien estática en la que, a menos que asegure bien su posición y la manera de que la misma no cambie para mal durante el transcurso de su vida, su existencia bien puede dejar de ser llevadera.
Así, el votante medio ha ejercido el sufragio para que el Estado esté metido en todos los ámbitos de su vida, asegurando un “piso” a su salario y un “techo” a sus costes de vida. El profesional medio –producto neto de la universidad del Estado— se ha visto a sí mismo y es el político que ofrece el piso y el techo, el burócrata que administra los controles gubernamentales y las empresas estatales y, también, el intelectual que sustenta y difunde la mentalidad estatista del modelo que actualmente zozobra.
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