Dedico estas líneas a esos guatemaltecos de todas las edades y condiciones de la vida social que, sólo por sus virtudes cívicas y no por la causa del partido, la ONG, el sindicato o lo que fuere, estuvieron ahí, algunos muchas veces, para hacer ondear sus banderas, cantar el himno, hacer cuerpo con sus conciudadanos, civilizadamente, dando ejemplo al mundo.
Quién sabe quiénes hayan de ganar las próximas elecciones, lo que ya quedó claro es que, aquellos que hayan llegado con el plan de devolver, por medio del abuso de poder o de la corrupción, los favores o contribuciones de la campaña, ahora saben que viven en un país en el que todavía quedan ciudadanos capaces de identificarse con los valores y principios que sustentan la vida republicana y que son capaces de actuar para defenderlos y para exigir que las cosas se hagan como lo manda la Ley.
Son ciudadanos que han actuado en un marco arriesgado y complejo, porque en Guatemala no ha sido cosa del otro mundo infiltrar una manifestación y desvirtuarla. Pero esta vez, la pureza cívica del movimiento fue la mejor arma, el mejor escudo. Cualquiera que pretendiera apropiarse del movimiento para sus fines o que intentara adulterar la integridad cívica de sus bases se exhibiría como mendaz, como ciego, como ingenuo, en el mejor de los casos.
La llamada clase política, que tampoco está compuesta solamente de corruptos, ignorantes o infames, tiene que hacer un examen profundo de las implicaciones que, para sus partidos y organizaciones, tendría el ignorar el tipo de respuesta específica que esa ciudadanía renovada en su propia virtud y valentía, espera de ellos. El mensaje recibido en contra de la corrupción tiene unas implicaciones muy específicas, a saber, de reforma del sistema de justicia, comenzando por el Poder Judicial y pasando por el MP, la Defensa Pública, la PNC, la CGN y, naturalmente, el Servicio Civil. Sin administraciones públicas arrancadas de las garras de los líderes sindicales corruptos, el Estado jamás va a poder prestar a los ciudadanos los servicios por los que pagan.
Creo que no me equivoco al decir que los propios ciudadanos guatemaltecos se han redescubierto como verdaderos depositarios del poder, que si bien volverán a delegar mediante su voto el próximo domingo, lo harán sujeto a unas condiciones que no están dispuestos a renunciar. Independientemente de su ideología, siempre exigirán probidad, honorabilidad, liderazgo y eficacia de sus mandatarios. Los ciudadanos de este país ya se demostraron a sí mismos que el mandato es revocable y que nadie puede, simplemente, decirles “no renuncio”.
Me siento orgulloso de ser guatemalteco por muchas razones, que durante los últimos meses se han materializado en el espíritu de todos esos hombres, mujeres y niños que, con el corazón en la mano y su mente en la patria, me han dado una inolvidable lección de virtud cívica que nunca podré olvidar. También merecen reconocimiento los líderes que supieron respetarlos y acompañarlos, sin pretender usurpar la grandeza del movimiento ni la autenticidad de sus protagonistas.
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