En términos generales, si uno comparara fenómenos administrativos parecidos, el uno teniendo lugar en el sector privado y el otro en el sector público, no me cabe duda de que es más complejo este último. Dicho de otro modo, la administración pública es más compleja que la privada. Con eso no quiero decir que sea más o menos importante para la vida de un país, sino simplemente que es más complejo gestionar con éxito, con eficacia y acierto una organización pública que una privada.
Para empezar, en el sector privado empresarial existe eso que suele llamarse “la última línea”, que designa, en el estado de resultados, si se ha tenido una ganancia o una pérdida y, en ambos casos, de qué magnitud. Por tanto, el éxito o fracaso de una administración en el ámbito de las organizaciones empresariales, puede medirse con exactitud y también los efectos de las correcciones que se adopten para ir mejorando. Por supuesto que en el sector privado también debe actuarse “legalmente” pero, en general, también, ahí priva el principio de que “lo que no está prohibido, está permitido”.
En el sector público, no. Ahí, se requiere de alguna norma jurídica válida para poder actuar, de modo que los funcionarios públicos pueden estar dotados de grandes ideas y concebir proyectos capaces de mejorar las condiciones de los ciudadanos, si no hay una norma jurídica que claramente los habilite para actuar, nada pueden hacer.
En el ámbito de la administración de empresas la planificación para el largo plazo es generalmente premiada por los accionistas o propietarios de la empresa con bonos o mejoras salariales. A ningún inversor le interesa que las cosas vayan bien solamente en el corto plazo, sacrificándose la viabilidad de la empresa hacia el futuro. En el sector público es muy difícil planificar proyectos de largo plazo porque no hay forma de alinear los premios y castigos del sistema con el éxito o el fracaso de cualquier proyecto. Por ejemplo, todos los recursos que se emplearon para construir la Hidroeléctrica de Chixoy le impidieron a las administraciones que desarrollaron ese proyecto ofrecer otro tipo de beneficios, como carreteras, aeropuertos, bolsas seguras o fertilizantes a los ciudadanos de aquella época. ¿Hubiera sido mejor para el país que distribuyeran fertilizantes en lugar de construir la presa? ¿Qué convenía más para el “proyecto político” de cada una de las administraciones responsables de sacar adelante la obra?
Por consiguiente, el próximo Presidente de la República, quien quiera que sea, tiene que tener sumamente claro que su equipo debe integrarse por personas especialmente competentes. Los desafíos que en todo gobierno de cualquier parte del mundo se enfrentan son, con mucho, más espinosos que los de las empresas u organizaciones privadas y, además, las presiones para usar los recursos disponibles para favorecer en el corto plazo (la siguiente elección) el proyecto político del partido, son siempre enormes. Sólo un equipo integrado por personas capaces de estar por encima de esas presiones (y tentaciones), puede llegar a tener éxito si, además, se someten humildemente a las reglas jurídicas del Estado, aunque no siempre les gusten.
Sé el primero en comentar