Casi todas las nuevas naciones de las Américas, con la notable excepción del Brasil, nacieron con un marcado y definido espíritu republicano. Como no podía ser de otra forma, era el espíritu republicano del siglo diecinueve. Un aspecto de ese espíritu republicano que se fue perdiendo en casi toda la América de habla española es el del carácter honorífico de las funciones públicas. No específicamente en el sentido de que todas, siempre, a cualquier nivel, debieran ejercerse ad honorem, sino de que todas conllevan el honor de ser funcionario de la República.
Ese honor, mientras más alto sea el rango del funcionario, también es mayor y, por consiguiente, exigen del depositario de las funciones un compromiso de lealtad para con los intereses de la república igualmente mayor.
En el antiguo régimen, las altas dignidades gubernamentales y los lazos de sangre con el soberano o las posiciones en el mundo aristocrático, mantuvieron una correlación muy importante, si bien las dietas, los parlamentos, las cortes, las asambleas de estados tuvieron un importante carácter representativo y fueron el embrión, a decir de Duverger, de las democracias modernas. Pero la característica dominante del espíritu republicano es la igualdad radical de todos como ciudadanos, de donde el mérito para acceder a las funciones públicas proviene de otro tipo de elitismo. Es el elitismo del “ciudadano probado”.
El “ciudadano probado” tiene para mostrar una trayectoria importante. Su experiencia tiene peso y en esa trayectoria, que puede ser la de la industria, el comercio, las profesiones, las letras, etcétera, tienen que brillar el éxito y la distinción. El “ciudadano probado” se ha ganado el reconocimiento de sus pares por sus dotes y talento demostrados en cualquiera que sea el área de sus actividades.
Ese “ciudadano probado” exhibe, además, una trayectoria de probidad. Es honesto y lo ha sido siempre. Ha vivido dentro de los límites de sus medios y su vida no ha sido de ostentación o dispendiosa, sino la de una persona templada, dueña de sí misma. Es, por tanto, una persona que inspira confianza y de la que se puede esperar los mimos o más cuidados con el manejo de la hacienda pública que los que ha tenido con la propia.
El elitismo republicano, por último, conlleva la idea de una especie de “sacrificio temporal” por la república. El “ciudadano probado” deja en manos de terceros, quizás sus hijos, sus socios, sus colegas, sus asuntos por algún tiempo que, en pos de intereses más altos, sacrifica por ese tiempo y no para iniciar una nueva carrera, mucho menos para cambiar de fortuna.
En cierto modo, el populismo latinoamericano ha surgido y se ha desarrollado para negar todos estos valores del espíritu republicano clásico, de modo que las funciones públicas han venido convirtiéndose en una especie de “lotería en la vida” para conseguir una fama y una posición financiera que, de otro modo, no era asequible, prodigando además empleos y plazas públicas al ejército de activistas. La gran pregunta en estos momentos, me parece, es si seremos capaces de regresar un poco al espíritu republicano clásico.
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