El liderazgo de la llamada “vieja política” mostró, con su conducta, que nunca esperaba que la CICIG lo destronaría. Ahora, ¿quién queda para conducir al país a su siguiente etapa histórica?
Está claro que el tránsito a otro régimen y a otra etapa de la historia de Guatemala está en curso, pero no está así de claro quiénes sean los conductores del proceso ni cuál sea la dirección. Esto no es, en parte, de extrañarse pues, en cierto modo, hace cosa de una década que el liderazgo político nacional se declaró incompetente. Me refiero a la aprobación de la CICIG, como proyecto, y al hecho de que se pretendiera por quienes integraban la dirección de los partidos políticos y de otras organizaciones con poder real, seguir actuando como si nada hubiera cambiado.
Y así, me pregunto si el liderazgo político nacional creía que, tal y como muchos de sus integrantes acostumbraban hacerlo dentro de la jurisdicción y del ámbito de la soberanía nacional, también a nivel internacional podían crear una institución sólo con relevancia y de impacto “aparentes”. Si no fue así, es decir, si creían que sus votos (la primera vez y cada vez que renovaban el mandato de la CICIG) daban sustento a una institución capaz de modificar el equilibrio de fuerzas políticas en el Estado, ¿cómo se explica uno que siguieran comportándose como si todo siguiera igual?
Una hipótesis que a lo mejor pudiera explicar una forma tan absurda de proceder, es decir, crear y dar sustento político a una comisión internacional “contra la impunidad”, y luego conducirse como si siguieran gozando de impunidad, es que así, justamente, había ocurrido por un par de décadas (para cuando crearon la CICIG) con el sistema de justicia nacional.
Quiero decir que el liderazgo político nacional creó en 1985, con la promulgación de la Constitución, un sistema de justicia que, en línea con las reglas que aprobaron, pudieron manipular a su sabor y antojo y para su beneficio. Por supuesto que ha habido excepciones individuales, personas que entregaron –y siguen entregando—su integridad personal y profesional al sistema de justicia, pero al margen de esos oasis en medio de un desierto de justicia, el liderazgo político supo manipular el sistema y, así, “vender favores y bienes públicos”. También los compradores de esos favores y bienes públicos apostaron al carácter meramente aparente del sistema y, por eso, pagaron.
Se creó, día a día, un “vacío de justicia”. Y ese vacío se ha ido llenando de múltiples violaciones a las leyes. De eso no hace falta hablar más que para señalar que, por lo visto, quienes las cometieron, se creían que la CICIG no haría la diferencia. Probablemente muchos de los que así pensaban estén ahora en la cárcel.
Pero la cuestión fundamental es ¿cómo es posible que ese mismo liderazgo político nacional pueda conducir a este país, ahora, a esa nueva etapa de su historia? Creo que la respuesta dada por algunos, en los hashtags de las manifestaciones del pasado sábado 20, es que esto no es posible.
Por último, está el problema de que rara vez puede fabricarse a un verdadero líder, a un verdadero prócer, a un verdadero estadista. Ese líder, si surgiera, requiere además del respaldo ciudadano para que haya alguna legitimidad y alguna gobernabilidad; no basta que le parezca a unos cuantos que tiene determinadas características y talentos. Por encima de su voluntad de hierro, unas ideas muy claras y una visión acertada del cauce hacia un régimen en el que impere el derecho y reine la justicia, un nuevo líder político tiene que ganarse el respaldo ciudadano y eso no puede fabricarse.
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