La independencia es autogobierno, pero el autogobierno no se explica por sí mismo, sino como instrumento para la consecución de ciertos objetivos. ¿Puede el liderazgo nacional dar respuesta a cuáles deben ser esos objetivos?
La idea de “ser independiente” una sociedad políticamente organizada se relaciona con el problema del poder. En ese sentido, una nación independiente se gobierna a sí misma y nadie interviene en su gobierno, a diferencia de otra que, de algún modo, está bajo el gobierno de otra nación o de alguna otra organización política (como una federación o una confederación). Actualmente hay varias naciones que no se gobiernan enteramente a sí mismas, sino que forman parte de un Estado del que en alguna medida “dependen”, y en las que hay porciones muy significativas de su ciudadanía y de sus órganos de poder político, además de organizaciones de la sociedad civil, que claman por la independencia. Tales los casos de, por ejemplo, los kurdos, los escoceses o los catalanes.
En todos esos casos y otros, la pregunta obligada es ¿para qué quieren ser independientes? Y la respuesta fundamental es: para gobernarse a sí mismos. Los independentistas kurdos no quieren vivir bajo el gobierno de Turquía o el de Irak; los independentistas escoceses no quieren vivir bajo el gobierno del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte; y los independentistas catalanes no quieren vivir bajo el gobierno de España. Distinta es la pregunta de por qué quieren ser independientes y, en eso, ya las opiniones son muy variadas.
Ahora bien, en los casos de los ejemplos citados, hay un elemento que pesa mucho y que, en el caso de las nuevas repúblicas del continente americano, no era un factor principal. En esos tres ejemplos se trata de “naciones” que buscan, como tales, ser independientes. Son “naciones” en el sentido cultural de nación. Pero cuando buscaron su independencia, las comunidades políticas hispanohablantes de América no eran, en ese mismo sentido, “naciones”. Y no fueron la nación azteca, la nación quechua, la nación maya o la nación araucana las que buscaron su independencia del gobierno español, sino más bien los “españoles de América”, los descendientes de los españoles de América, los criollos, los que dirigieron los movimientos independentistas y los llevaron a fruición. Por supuesto que en todos los movimientos hubo participación de indígenas a nivel individual o de pueblos enteros, y también hubo movimientos independentistas propiamente indígenas.
Para qué, entonces, se independizaron aquellas comunidades políticas, dando lugar al nacimiento de nuevos Estados. ¿Qué perseguían alcanzar? En mi opinión, la respuesta es la siguiente: unos ideales. Hasta qué punto fueran los mismos ideales y siempre y en todos los próceres primara el mismo idealismo, y no unos intereses de grandeza, poder o de riquezas lo que los moviera, se ha debatido y seguirá debatiéndose por historiadores y expertos por mucho tiempo. Sin embargo, el proyecto independentista de Hispanoamérica se defendió, impulsó y sostuvo sobre la base de unos ideales explícitamente proclamados.
Y esos ideales son, en general, los de la libertad bajo la ley, la igualdad de derechos, y la democracia representativa para el autogobierno. A lo largo de unos dos siglos, algunas de las nuevas repúblicas de las Américas pasaron por guerras civiles, por movimientos revolucionarios o confrontaciones graves cuando aquellos ideales se pusieron en tela de juicio. Hoy, la pregunta del principio vuelve a imponerse: ser independiente, ¿para qué? Opino que en la raíz de la crisis que vive Guatemala está la imposibilidad de sus líderes, de sus élites, de sus dirigentes políticos, de dar una respuesta categórica a esa pregunta.
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