No voy a intentar predecir quién va a ganar la elección ni a opinar sobre cuál de los dos contendientes conviene más a Guatemala en la Casa Blanca. Tampoco voy a volver sobre el trillado comentario de que ha sido una elección particularmente reñida, debido a la polarización entre conservadores y liberales –en el sentido americano–. Las luchas por el poder siempre son procesos marcados por la rivalidad, la ambición, el orgullo y la polémica. No le resto interés ni importancia a todas esas cuestiones pues, como queda visto, mantienen a la expectativa, literalmente, a miles de millones de personas alrededor del mundo.
Quisiera, más bien, reflexionar en torno a las elecciones que se realizaron el martes pasado sobre ciertos aspectos que, a mi parecer, ya son un legado americano a la humanidad de un valor inconmensurable.
En primer lugar, esa nueva república americana nació en los brazos de la libertad. El sueño de que los seres humanos puedan ser los artífices de su destino y los dueños de su presente y su futuro está en la médula de ese gran proyecto. Pero no se trata de una libertad sin límites ni condiciones. Es una libertad bajo la Ley. Una ley que, a diferencia de lo que pudiera quizás creerse en principio, está más bien en manos de jueces independientes que de políticos interesados en mantenerse en el poder.
Si bien es cierto que puede oponerse a lo dicho arriba la mácula histórica de la esclavitud o de la discriminación racial, por ejemplo, también lo es, según creo, que ninguna otra nación sobre la tierra ha luchado con tanto afán por vencer sus pasados errores y enderezar sus secuelas, sin destruir las bases de su prosperidad ni los fundamentos de su grandeza. Muchas de sus instituciones y grupos sociales no han llegado todavía al final del camino de la reconciliación y ha habido algunos retrocesos. Pero su avidez implacable por llegar a una convivencia anclada en el respeto mutuo, en tanto ciudadanos de la mayor república del mundo, es notable.
Así, el imperio de la Ley –que rara vez puede resistir el análisis de la Suprema Corte si crea privilegios o discriminaciones arbitrarias—no solamente rige la libertad de los ciudadanos sino también sus derechos cívicos y políticos. Esa idea tan profundamente enraizada en la mentalidad estadounidense, de que el gobierno debe gozar del consentimiento de los gobernados, se ramifica en una democracia sujeta a los límites fijados por “las constituciones” de los Estados y la federal y en el escrutinio cuidadoso de la actuación de los poderes públicos por una prensa libre y una sociedad civil vibrante, que de Tocqueville inmortalizó en su “Democracia en América”.
Bajo el imperio de la Ley, garantizando los derechos de propiedad y la intangibilidad de los contratos, pero asegurando la libre competencia, se desenvuelven los mercados más dinámicos del
mundo y la creatividad del ingenio humano va de la mano con altos niveles de productividad. Otra forma de democracia en que, como decía Ayau, los que mejor sirven a los consumidores más votos obtienen en forma de dólares.
Los Estados Unidos de América no son, pues, ni el Partido Demócrata ni el Republicano, ni Biden ni Trump, sino el primer gran experimento exitoso de la humanidad de fundar una república federal cimentada en valores y principios y no en la raza, la condición social, la religión o las creencias personales de sus ciudadanos, todo ello, en libertad y bajo el imperio del derecho.
Eduardo Mayora Alvarado
Ciudad de Guatemala 4 de noviembre de 2020
Excelente exposición señor Mayora, gracias por compartir
A usted, gracias.