Ha comenzado el año en que los centroamericanos hemos de conmemorar el segundo centenario de la Independencia de las hoy cinco repúblicas. En cierto modo, el hecho de que se haya llegado a 200 y no a 199 o a 201 años, nada tiene de especial. Pero los seres humanos miramos nuestra historia personal y la colectiva en términos de ciclos. Y uno de esos ciclos es secular. Así, habiéndose cumplido otro siglo de vida independiente, ¿qué reflexiones y qué valoraciones pueden hacerse?
Una de las dimensiones de la Independencia fue la del autogobierno. Es decir, la constatación de que, en muchos aspectos de fondo, los habitantes de estas tierras, no se gobernaban a sí mismos. Por supuesto, había ayuntamientos y otras formas de gobierno propio, pero, algunas decisiones fundamentales no se tomaban, ni siquiera indirectamente, por los ciudadanos del reino que, en ese sentido, no llegaban a ser plenamente “ciudadanos”. Seguían siendo súbditos. Es verdad que aquel formidable proyecto político de la “Constitución de Cádiz” resolvía esta fundamental cuestión, pero, desafortunadamente –pienso yo—murió casi al nacer.
Quizás quepa afirmar que el autogobierno sí se conquistó, pero ¿a qué costo? En ciertos momentos de nuestra historia, una parte de las élites soñó con conservar ese autogobierno sin sacrificar cosas como la unión centroamericana y sin claudicar ciertos principios fundamentales de la organización política; sin embargo, para otra parte de las élites, fueron más importantes sus intereses o su posición en la sociedad o el poder, aunque fuera en un territorio fracturado o a costa de principios como la libertad o la igualdad ante la ley. Quizás en esto ninguna de las facciones en conflicto a lo largo de dos siglos (con diferentes ropajes) pueda tirar la primera piedra, pero el juicio de la historia comienza todos los días y no termina nunca.
Otra de las dimensiones de la Independencia fue la aspiración a una forma de gobierno más perfecta; es decir, no solamente propia, sino también basada en unos principios superiores a los que sustentaban el régimen de la última fase del Imperio Español. Si se echa una mirada a lo largo y ancho de Iberoamérica, digamos, durante los 50 años siguientes a la Independencia, tristemente se constata que, con diferencias de grado y de matiz, el común denominador fue de guerra civil y de persecuciones en contra de los perdedores de aquellas guerras.
¿Se conquistó el ideal de una sociedad políticamente organizada sobre la base de unos principios superiores? Difícilmente puede afirmarse tal cosa: de la mitad del Siglo XIX a la mitad del Siglo XX se desplegó “el siglo de los dictadores”. No siempre ni en todas partes, mas sí con notable frecuencia y casi sin perdonar un rincón de Iberoamérica, los dictadores impusieron su ley. Toda acción tiene una reacción y, así, llegaron los “conflictos armados”. Unos hoques ideológicos particularmente crueles y desprovistos, casi totalmente de la noción clásica del “honor en la guerra” se esparcieron por toda la región.
Pero el pasado, pasó. Pienso que, de cara al futuro, todavía se puede dar significado a la Independencia. Puede que hayamos perdido dos siglos, pero hay un futuro y pueden sembrarse todavía semillas de libertad, de orden, de igualdad ante la ley, de solidaridad. Tal como ocurrió hace dos siglos, creo que también hoy tienen que ser las élites intelectuales, morales, económicas, etcétera, las que enarbolen los ideales y promuevan las reformas necesarias para que, cuando se llegue al tercer centenario de la Independencia, las generaciones del futuro puedan mirar atrás y reconocer en la Independencia una idea llena de significado.
Eduardo Mayora Alvarado
Ciudad de Guatemala 13 de enero de 2021.
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