De la política, es decir, del proceso por el cual los integrantes de una sociedad políticamente organizada toman decisiones, hay dos visiones. Por lo menos, así me lo parece. Una de ellas es una visión “romántica” de la política y otra es una visión “realista” de la política.
En la visión romántica de la política se entiende que cada ciudadano actúa en función del interés general y del bien común, al igual que sus representantes, los funcionarios del Estado, las organizaciones de la sociedad civil, etcétera. Con base en ese supuesto se organizan los poderes públicos, se prevén procesos de toma de decisiones colectivas sea en manos de los propios ciudadanos o por medio de sus órganos representativos y se reparten las facultades y atribuciones de cada
órgano del Estado.
En la visión realista de la política se entiende que cada ciudadano actúa en función de sus propios intereses al igual que sus representantes, los funcionarios del Estado, las organizaciones de la sociedad civil, etcétera y, con base en ese supuesto se procede como como he indicado arriba.
¿Cuál es la diferencia? Principalmente, que en la visión realista de la política se crean controles y frenos y contrapesos. Así, desde que Montesquieu planteó la idea de que “el poder frene al poder”, se han desarrollado múltiples técnicas para lograr dos cosas, a saber: una, que las reglas y sistemas que rigen las funciones públicas procuren alinear el interés propio de los ciudadanos y de sus con el interés general; otra, que cuando ese objetivo fracase y se detecte una actuación en contra de las reglas, haya mecanismos eficaces para reprimir las infracciones cometidas.
Pero la visión realista de la política no tiene como paradigma al “ciudadano oportunista”. Aquél que, con todo cinismo, sólo “barre para adentro”, que “no da puntada sin hilo”. No. En la visión realista de la política, el ciudadano medio es capaz de valorar sus intereses de corto plazo o de coyuntura y contrastarlos con sus intereses de largo plazo o de estructura. Es un ciudadano que, sin ser un apóstol de las virtudes cívicas (como en la visión romántica de la política), sí es capaz
de comprender que una conducta oportunista, más allá de ciertos límites, tarde o temprano, conlleva la destrucción del orden social.
Traigo esto a cuento en relación con las elecciones de magistrados titular y suplente del CANG el día de mañana. Para que esa elección dé a la República magistrados con las cualidades necesarias para la recta administración de la justicia constitucional, es indispensable que los miembros del ilustre colegio sean capaces, todos y cada uno, de ponderar en lo que verdaderamente valen sus intereses de coyuntura contra la necesidad de esta nación de contar con magistrados que, siendo capaces y honorables, una vez en sus cargos actúen con independencia de partidos y facciones políticas, de intereses privados, de intereses sectoriales, gremiales, etcétera.
De lo contrario, la elección del día de mañana podría convertirse en un atentado más en contra del ideal del Estado de derecho en Guatemala. Para que esto no ocurra, es imperativo que cada miembro del CANG actúe como un “ciudadano en serio”, capaz de ponderar a conciencia los intereses en juego y en disposición, si menester fuera, de renunciar a sus intereses propios, meramente de coyuntura, entendiendo que ese sacrificio se verá compensado con creces en el largo plazo. Cada uno de los colegiados debe ejercer este deber cívico asumiendo el protagonismo del
presente y el futuro de la nación en este asunto tan importante.
Eduardo Mayora Alvarado
Guatemala 24 de febrero de 2021.
Ser ciudadano en serio.
Publicado enArtículos de Prensa
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