El poder da dinero y el dinero da más poder. Pero, una de las conquistas del Estado moderno ha sido poner riendas al poder. No solamente para que no se manifieste como un reflejo de las peores pasiones humanas, sino para que se encauce tras la realización de ciertos fines que interesan a la sociedad en su conjunto o a una mayoría significativa.
El proceso por medio del cual se han ido estableciendo frenos y controles al poder y se han ido desarrollando técnicas para encauzar su ejercicio tras la consecución de ciertos objetivos de interés general, no ha estado desprovisto de conflictos, incluso violentos. Esto, en cierto sentido, es lógico. Quienes en cualquier momento determinado ostentan una cierta cuota de poder dentro de determinados límites, lógicamente, prefieren más amplitud para usar de esas cuotas de poder y no menos. Y, por eso, se resisten al cambio. Son contados con los dedos de una mano quienes, teniendo poder, lo devolvieron al pueblo o a sus instituciones representativas.
En otras épocas, el caudillo que iba tras el poder lo asaltaba por la fuerza y sin ambages, asesinaba a quien estaba en el poder y comenzaba a mandar. Actualmente las cosas se hacen con mucho mayor sutileza. Pero, en cierto modo, el resultado es el mismo. En efecto, al final de cuentas la cuestión clave es la siguiente: –¿se usa del poder para beneficio de la generalidad de los ciudadanos o para beneficio de quienes están en el poder?
El uso del poder para beneficio de los ciudadanos presupone, principalmente, tres cosas, a saber: primero, unos límites efectivos contra el poder arbitrario o abusivo; segundo, unas técnicas administrativas adecuadas para reclutar funcionarios con suficientes competencias y talentos; y tercero, un poder judicial independiente para hacer cumplir la Ley, incluyendo, en casos de abuso de poder o de corrupción.
Y, precisamente, esas cosas son las que en Guatemala hacen falta o existen de manera muy imperfecta. Al paso de los años muchos políticos y muchos de sus financistas han descubierto que es posible lograr una “apariencia” de democracia, una apariencia de legalidad y una apariencia de gestión administrativa a beneficio de la generalidad de los ciudadanos, pero, en realidad, mucho de eso existe a beneficio de algunos de quienes ejercen el poder.
Una de las preguntas que el ciudadano medio se plantea con mayor frecuencia es: ¿por qué pasan los años y no se toman las medidas para que cambien las cosas? Y es que, en vista de la creciente cooperación internacional, de las incesantes misiones internacionales que proponen soluciones, de los interminables seminarios, congresos, conferencias, etcétera, parece hasta misterioso que pasen los años y las décadas y, sin embargo, los males sociales y el descalabro de las instituciones públicas vayan a peor.
No hay, empero, misterio alguno. A muchos de quienes en la actualidad detentan alguna cuota de poder y a muchos de sus financistas la situación actual les produce ganancias nada despreciables y, así las cosas, muchas de las reformas, proyectos o programas impulsados para que las “cosas cambien” son, una vez más, pura apariencia.
Es en la capacidad para generar esa “apariencia” de normalidad en que reside la sutileza de conquistar el poder y ejercerlo para beneficio propio. Por supuesto, parte del éxito de esa estrategia pasa por generar un nivel mínimo de resultados de manera que no se organicen protestas masivas, una oposición violenta o, en fin, algún tipo de revolución. Los grandes estrategas de los grupos que lucran del ejercicio del poder calculan hasta dónde, realmente, puede llegar la estafa. Y es allí donde se presentan, ocasionalmente, factores que les complican la vida. Factores como la emigración masiva y de menores, como una pandemia, como la acción del crimen organizado en la política y otros fenómenos. Este tipo de fenómenos altera los planes y genera disrupciones que, naturalmente, conllevan ajustes importantes. El conocido refrán de que: –“nunca debe desperdiciarse una buena crisis…” se aplica, más bien, para quienes ejercen el poder legal y legítimamente.
Creo que es importante que los ciudadanos comprendan estas cosas para que, llegado el día de las elecciones, favorezcan opciones políticas que, verdaderamente, y no sólo en apariencia, planteen la reforma del sistema y propugnen por implantar esas tres cosas arriba descritas.
Opinión en «Epicentro», el centro de noticias
Eduardo Mayora
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