Creo que en momentos de penumbra o de turbulencia política a lo largo de la historia de una sociedad sus élites están llamadas a corregir el rumbo o, si pareciera que ya ni siquiera hay una dirección definida en la que vayan ciudadanía y gobierno, tienen entonces el deber de aportar una “hoja de ruta”. Esto no ocurre de golpe, sino que suele ser un proceso. Primero, hay una toma de consciencia que, poco a poco, va extendiéndose entre los propios miembros de las élites. Es decir, entre todos ellos surgen líderes que son capaces de intuir y de verificar que el rumbo se ha perdido y, con esa convicción, convocan a sus compañeros a deliberar, a reflexionar y, eventualmente, a actuar.
En ese sentido los líderes de las élites tienen una doble responsabilidad. Por un lado, la de convocar a sus compañeros y despertar sus consciencias sobre una posible pérdida de rumbo en cuestiones fundamentales y, por el otro, de dirigir un esfuerzo colectivo para aportar a la sociedad, por conducto de todos ellos, la dirección, el rumbo, el derrotero por el que la sociedad debiera encauzarse.
Lo dicho pudiera entenderse en el sentido de que, necesariamente, todos los integrantes de las élites son de la misma ideología o miran las cosas de la misma manera. No es así. La explicación está en que una pérdida de rumbo es algo más de fondo. Es decir que se trata, más bien, del abandono o del desprecio de unos principios que son fundamentales para la convivencia social.
En lo que concierte a la Guatemala de hoy, creo que esa situación ya se presenta o, si no, está muy próxima. Quizá pudiera parecer que las cosas han sido parecidas a como son hoy por mucho tiempo. Pero eso no significa que no sea momento de corregir el rumbo. Una cosa es acercarse a cien pasos del abismo, otra muy diferente es pasearse por su orilla.
Así, fenómenos como la corrupción, el limbo en que se ha dejado a las magistraturas del Poder Judicial, la violencia, la intolerancia a las críticas de la prensa y la disfuncionalidad de la mayor parte de los partidos políticos, constituyen, todas, cuestiones de fondo, problemas fundamentales.
Al lado de ellos, el hecho de que, por ejemplo, la macroeconomía continúe estable o de que el crecimiento del PIB se sitúe hacia la media iberoamericana, sin dejar de tener significación, no son un correctivo. Son cuestiones de otra naturaleza. También es importante –y mucho– cambiar de dirección cuando se han rebasado ciertos límites en cuanto al equilibrio presupuestario, los niveles de deuda pública o la inflación, pero esos aspectos carecen del carácter fundamental para la convivencia social que sí tienen la paz social, el acceso a un sistema de justicia independiente, la probidad en la vida pública, la libertad de prensa y unas instituciones políticas razonablemente funcionales.
Soy de opinión que este es un momento para las élites, es decir, las circunstancias actuales conforman una pérdida de rumbo en aspectos básicos como los mencionados arriba que reclaman su liderazgo, su conducción, su orientación. Es un momento en el que no pueden dejarse las riendas de la vida política e institucional del Estado en las manos de quienes han dado muestras de carecer de las competencias y principios necesarios para llevar a Guatemala por derroteros de libertad en el mundo de las ideas y tolerancia de quienes piensen diferente; de paz y seguridad en la convivencia social; de probidad en el manejo de los caudales públicos; de competencia abierta en los mercados y en procesos electorales bajo reglas generales hechas valer por jueces verdaderamente independientes. Se trata de valores fundamentales.
Eduardo Mayora Alvarado
Nueva York, 13 de junio de 2022.
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