Quizá una forma de definir una sociedad abierta sea en referencia al libre debate de ideas. Es decir, en una sociedad abierta las ideas no se imponen, se proponen, se escuchan, se cuestionan y, eventualmente, algunas predominan. Y lo que ocurre con las ideas se transmite a las políticas públicas y a las reglas del juego.
En una sociedad abierta las cosas no son de una manera u otra porque una persona o grupo de personas así lo disponga. Desde los principios morales hasta las costumbres, desde los sistemas políticos hasta las opciones partidarias son discutibles. Una persona puede firmemente creer que hay verdades objetivas e inmutables, pero no puede imponer su creencia a otras personas. Otra puede estar convencida de que todo es relativo, pero tampoco tiene derecho a exigir de otras personas esa visión de las cosas.
Por supuesto, este aspecto de una sociedad abierta, es decir, el hecho de que nadie puede imponer dogmáticamente una visión determinada de la condición humana, de la vida en sociedad o del régimen político del Estado, tiene ciertos costes. Los procesos para lograr consensos son complejos y, como todos y cada uno de los miembros del cuerpo social tiene sus propias ideas y el Estado está para garantizar que pueda expresarlas y vivir de acuerdo con sus principios, mientras no violen las leyes ni dañen a otras personas, es prácticamente imposible lograr acuerdos unánimes.
Pero, a diferencia de lo que según mis impresiones ha ocurrido en Guatemala durante aproximadamente una década, en la sociedad abierta el hecho de tener una forma de pensar diferente, de abrigar otras ideas, no engendra enemistades. Mucho menos enemigos. El hecho de tener ciertas preferencias basadas en formas distintas de ver las cosas no convierte a nadie en sujeto de animadversión o de rechazo.
Claro está que, en ciertas circunstancias, el hecho de que ciertas ideas triunfen sobre otras en una sociedad abierta puede significar, por ejemplo, que los votantes favorezcan a un partido político y no a otro. En ese sentido, el hecho de que ciertas personas sean capaces de convencer a la mayoría ciudadana de hacer suyas ciertas ideas bien puede frustrar la carrera política de otras personas. Pero eso no se considera ni mucho menos como una acción dañina. Como una conducta inspirada por la mala voluntad que esa persona tenga en contra de quienes piensan de manera diferente. De ninguna manera. En el “mercado de ideas” que es una sociedad abierta unas ideas triunfan otras no, pero eso no suscita un ánimo de venganza ni cosa parecida.
En Guatemala, en cambio, sostener ideas críticas de ciertas políticas públicas o del desempeño de las funciones púbicas de ciertas personas, puede tener consecuencias muy graves para quien las sostenga y exprese. Esto se debe, creo yo, a que el ejercicio del poder no se basa en una convicción de que, verdaderamente, hay un amplio consenso ciudadano que respalda a los funcionarios electos.
A ver si logro explicarlo. En una cadena de acontecimientos en la que, para empezar, un partido político representa una ideología bastante definida; dentro de ese marco, de manera más bien pública se debaten ideas y posturas políticas de las que surge un liderazgo reconocido; los líderes partidarios expresan en la palestra pública esas ideas con claridad, formulando así una propuesta de programa de gobierno; se llega a las elecciones y una mayoría ciudadana se forma en respaldo del programa propuesto por ese partido, dándole así una mayoría suficiente para gobernar, en una cadena así, decía, si el posterior ejercicio de las funciones públicas fuera fiel al programa propuesto, las críticas, la disidencia, las posiciones contrarias tendrían un significado muy diferente.
En una secuencia de acontecimientos como la esbozada arriba, un ministro, el presidente, un líder de la mayoría parlamentaria puede perfectamente comentar, ante una crítica, algo como lo siguiente: –respeto la opinión de fulana o mengano; expresa una forma diferente de verlas cosas y, por cierto, no fue la que prevaleció en las anteriores elecciones, sino la que estamos procurando implementar…
Es decir, el ejercicio del poder con base en amplios consensos formados, a su vez, tras debates fecundos y francos, le representa a quienes hacen gobierno una plataforma muy sólida y las críticas, siendo importantes, por lo regular conforman la visión de las minorías que preferían otras opciones.
Creo que la creencia de que se puede gobernar sin contar con el respaldo de consensos amplios, fruto de un debate abierto, es un espejismo y conduce, como en Guatemala, a posicionamientos intransigentes, a reprimir un debate respetuoso de ideas y a convertir en enemigos a quienes, simplemente, ven las cosas de otra manera
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