De las diversas ideologías políticas que se han ido planteando e implantando en diversas regiones del mundo hay una clase aparte. Es la de las ideologías inconsistentes. Me refiero a que ciertas ideologías colocan a la persona y su dignidad en el centro de su sistema y, como consecuencia, todos los aspectos del mismo reconocen y dan preeminencia a los derechos fundamentales y libertades de la persona. Otras hay que colocan al Estado o a las colectividades en el núcleo del sistema y, de ese modo, en todos los aspectos del mismo la persona queda supeditada a los márgenes de acción libre y de dignidad inexpugnable que el Estado o la colectividad acuerden reconocerle.
Así, en la República Popular de China, por ejemplo, las personas gozan de ciertos ámbitos de autonomía (más que de libertad) en todos aquellos aspectos de sus vidas, precisamente, en que los órganos del régimen deciden que son compatibles con la idea nuclear de que es el Estado, y no la persona, el valor preeminente del régimen político y jurídico de la polis. Del otro lado, en los Estados Unidos, por ejemplo, las personas gozan de ciertos derechos fundamentales y libertades que, de ninguna manera, no importa qué objetivo de política pública o de conveniencia estatal, pueden anularse o limitarse hasta el punto de hacerlos nugatorios.
Soy consciente de que algunos pudieran replicar que el régimen chino garantiza ciertos servicios y condiciones a casi todos los miembros de la sociedad, generando así una sociedad menos desigual y otros dirán que en los Estados Unidos hay personas que, realmente, no tienen esos derechos y libertades más que a un nivel teórico porque, en la práctica, carecen de los medios para hacerlos valer o disfrutar. Y es que, evidentemente, no hay regímenes políticos perfectos. Punto.
Pero los regímenes que he mencionado a guisa de ejemplo son, me parece, consistentes en todos sus aspectos importantes con la médula de las ideologías que a cada uno subyacen. Pero, hay otra clase. Son esos regímenes en los que, al mismo tiempo, se proclama la dignidad humana como principio y fundamento del orden político y social, pero, las instituciones se organizan de tal manera que, al final de cuentas, las personas sólo tiene y pueden disfrutar de los derechos y libertades que ciertos poderes y grupos deciden y hasta el punto que permitan.
En algunos casos —ya quedan pocos— el poder está en manos de un monarca, su familia y los grupos privilegiados que lo sustentan. En otros —también ya escasos— el poder político y la religión oficial se mezclan dando lugar a la supresión de derechos y libertades fundamentales con el pretexto de ciertos pruritos religiosos y, en otros casos —quizás más numerosos que los anteriores— se reconoce en la Constitución del Estado todo un catálogo de derechos y libertades, pero, en la práctica, el poder político no se sustenta en partidos políticos que sean verdaderos mediadores entre los ciudadanos y los poderes constituidos, sino más bien en unos recursos financieros que se contribuyen y se gastan sin controles ni transparencia, dando lugar a procesos electorales que son democráticos solamente en apariencia. Típicamente, en estos regímenes el Poder Judicial se integra a partir de consensos partidarios y su independencia es más bien formal que material.
Ninguna de las ideologías que subyacen a ese tipo de Estados es consistente. Todas —casa una a su modo—pretenden que solamente ciertos aspectos de la dignidad humana, solamente ciertos tipos de libertades o de derechos se respeten y hagan valer y no para todas las personas o en todas las circunstancias de la vida social y política del Estado. Con diversos grados de inconsistencia, la inmensa mayoría de los países del tercer mundo pretenden ser y no ser, a la vez, democracias liberales y economías de mercado. Esto, la realidad lo demuestra, es imposible.
Eduardo Mayora Alvarado
Guatemala, 14 de diciembre del 2,022
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