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Choques de culturas y visiones.

Los libros escritos por pensadores como Huntington, Piketty, Hunter, Sowell, McCloskey o Laje, al igual que los cientos de artículos sobre las guerras culturales en periódicos como el New York Times, El País, el Wall Street Journal, etcétera, y los incontables videos de YouTube sobre este tema, entre otras media en que millones de personas interactúan en torno a estos temas, ha suscitado, creo yo, una generalizada impresión de que, en la actualidad, no solamente se han acentuado las diferencias culturales, sino que la virtud de la tolerancia ha desaparecido.

Dicho de otra forma, quienes suscriben públicamente una visión cultural de la condición humana se ponen, a la vez, “en pie de guerra”. Sus enemigos son todos aquellos que no ven las cosas del mismo modo y cuando coinciden en las redes sociales, en congresos o convenciones o, simplemente, en las universidades o institutos y hasta en el seno de sus familias, “disparan” contra sus enemigos culturales. Los critican, los desprecian y hasta los insultan de las más diversas maneras. Muchos de los noticieros en línea, por cable o la TV abierta dejan atrás la idea de presentar objetivamente las noticias, ofreciendo, más bien, noticias comentadas y reportajes que presentan los hechos interpretados a la luz de una u otra visión cultural o ideológica.

Aquellos tiempos en que una persona podía declararse liberal en ciertos aspectos de la vida social o política del Estado, pero a favor de la gestión estatal en otros, parecen haber quedado atrás. Hoy en día da la sensación de no haber cabida para expresar visiones eclécticas, si no estás con tu bando en todo, no estás en nada.

Todo eso, opino yo, en la medida en que efectivamente suscite sentimientos de desprecio, rechazo o hasta odio en contra de los que no piensan igual o tienen las mismas creencias, supone una involución. Es una vuelta a la mentalidad tribal, a costa de la sociedad abierta, como en el pensamiento de Karl Popper, por ejemplo. Pero lo peor, según yo veo las cosas, es que los dos bandos demandan y los políticos les ofrecen, consagrar como “oficial”, por medio de leyes o de políticas públicas una de las dos visiones culturales en pugna.

Esto sí que es verdaderamente peligroso. Siempre que el Estado ha intervenido en estas “guerras culturales” para convertir en la verdad oficial “el credo” de uno de los dos bandos, las cosas terminan muy mal. No pocas veces, en represiones brutales y, en ocasiones, hasta en guerras civiles. Las leyes no están para consagrar ideologías, creencias o visiones morales o culturales del mundo. No niego que, en ciertos temas, pareciera haber convergencias. El respeto de la vida, la libertad y la dignidad del ser humano puede entenderse como parte de un código moral universal, por ejemplo y, para muchos, la idea de la “ley natural” es la que debe sustentar todo el ordenamiento jurídico. Pero no creo que ni siquiera una creencia tan general y básica como esa pueda imponerse coercitivamente.

A eso se debe, me parece, que el gran filósofo del derecho y economista, F. A. Hayek, haya propuesto una constitución basada en principios de índole formal, como condición de validez de las leyes. Estas debían ser, según él, reglas generales, abstractas, de igual aplicación a todos y de conducta justa (también en un sentido formal). Las diferencias de credos religiosos, morales o culturales, nunca dejarán de existir, pero el Estado debe quedar al margen de esas diferencias.

 

Eduardo Mayora Alvarado

 

Ciudad de Guatemala, 18 de marzo de 2023.

Publicado enArtículos de PrensaSociedad

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