Fedón: ¿No crees, Sócrates, que una colectividad, al igual que un individuo, pueden tomar decisiones erróneas?
Sócrates: Así lo creo. Si bien, por lo general, es menos probable que todos los miembros de un conjunto de personas se equivoquen al tomar una decisión.
Fedón: Sí, quizás eso sea menos probable; pero ¿qué piensas del caso de una mayoría?
Aristipo: Lógicamente, Fedón, las probabilidades de tomar decisiones erróneas aumentan; pero, dinos ¿en qué piensas?
Fedón: Pienso en la democracia y en esas probabilidades de que los ciudadanos voten por unos candidatos que no convengan al bien común.
Aristipo: Pero ¿quién puede ser el juez, por encima de la mayoría de los ciudadanos, de qué candidatos convienen o no al bien común? ¿Qué nos dices, Sócrates?
Sócrates: Creo, amigos, que el problema está, más bien, en la magnitud de las consecuencias de un error de la mayoría.
Fedón: Supongo, Sócrates, que te refieres a que, entre muchos candidatos, la mayoría puede errar en diversos grados, dependiendo de los candidatos a los que elija.
Aristipo: Lo que planteas, Fedón, sigue presentando el mismo problema, es decir: ¿quién puede ser el juez legítimo para determinar quién es bueno o malo en ese sentido?
Fedón: Creo, Aristipo, que no todos tienen lo mismo qué perder en una sociedad como consecuencia de que la mayoría elija erróneamente. Los jueces deben ser aquellos que tengan más que perder. Pero, dejemos que Sócrates hable.
Sócrates: Pues, el punto de fondo en esto es la libertad. La libertad de un ciudadano de poder elegir a quienes ejerzan los poderes de la república. Pero, al lado de esa libertad hay otras libertades, igualmente valiosas para los ciudadanos y, por consiguiente, la libertad de elegir a los gobernantes debe ejercerse bajo ciertas condiciones. La más importante se relaciona con los límites de los poderes de quienes sean electos porque de esos límites dependen, también, las demás libertades.
Fedón: Pero, no comprendo, Sócrates, ¿de qué manera resuelve eso el problema de elegir erróneamente a los gobernantes?
Sócrates: Quizá no lo resuelva totalmente, pues no hay forma de prevenir que los ciudadanos tomen, individual o colectivamente, decisiones erróneas. Pero, si las reglas de la Constitución y las leyes limitan los poderes de los gobernantes y establecen jueces independientes para hacerlas valer, las consecuencias de una mala elección se contendrían dentro de los límites de dichas reglas.
Fedón: Pero, Sócrates, ¿no son los propios gobernantes los que dictan las reglas?
Aristipo: Parece, Sócrates, que Fedón tiene razón. Si la mayoría se equivoca al elegir y los que resultan electos dictan reglas para agrandar sus poderes, las consecuencias del error serían peores.
Sócrates: Claro, todos sabemos que las llaves de la cárcel no pueden dejarse en manos del prisionero. Para evitar una situación así es necesario que las reglas de la Constitución se aprueben por legisladores que, por cierto tiempo prudencial, estén impedidos de ostentar poderes públicos y, además, sean conocidos por una conducta justa y prudente. Sobre la propuesta de Fedón, de dejar en manos de quienes más tengan qué perder la potestad de corregir los errores que ellos crean que ha cometido la mayoría de los ciudadanos, pienso que se presentaría un problema parecido.
Fedón: ¿A qué te refieres, Sócrates?
Sócrates: Bueno, así como los gobernantes naturalmente se inclinan a ampliar sus poderes, los que más tienen qué perder naturalmente se inclinan a identificar su bien particular con el bien común. Creo que la mejor manera de convivir con la falibilidad de las mayorías es limitar los alcances de sus errores mediante reglas aprobadas por personas distantes del poder y aplicadas por jueces y verdaderamente independientes.
Eduardo Mayora Alvarado
Ciudad de Guatemala, 19 de septiembre de 2023.
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