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Mamá – Papá Estado

Las leyes paternalistas, como sería, en buena parte, la iniciativa de Ley de Promoción de Alimentación Saludable que ha causado tanta polémica, se fundamentan en ciertos sesgos ideológicos y en que el común de las personas es irresponsable e ingenuo.

En relación con esto, hay que reconocer, me parece, que no todas las industrias de alimentos emplean los mejores ingredientes para la salud al fabricar los productos que venden. También es verdad que algunas de ellas son conscientes de que algunos de sus productos, consumidos en exceso, son dañinos para la salud y no lo informan al público consumidor. La salud de los consumidores, en su opinión, es problema de cada persona o, si fueran menores, de sus padres. Caso aparte son los que, con mentalidad criminal, venden, a sabiendas, productos alimenticios pasados, arruinados o cosas parecidas. Esos casos no se resuelven con este tipo de leyes.

Por otra parte, también es verdad que hay personas vulnerables a ciertas sustancias y no siempre son conscientes de cómo o hasta qué punto. A veces, se dan cuenta demasiado tarde y es probable que una cierta orientación o advertencias hubieran podido incidir en sus hábitos de consumo. Pero, es importante comprender que no se trata de la generalidad de los consumidores, sino de casos excepcionales.

Este tipo de leyes también se basan en la creencia de que los industriales y los comerciantes que distribuyen sus productos prefieren gastar millones de dólares en publicidad engañosa y en ardides para generar adicciones o dependencia de sus consumidores de las sustancias que usan para sus mercancías, que en ganarse la confianza y reconocimiento de su clientela brindándoles artículos que puedan consumir responsablemente.

No niego, insisto, que haya industriales o comerciantes sin escrúpulos o directamente criminales que, para mejorar sus ganancias estén dispuestos a recurrir a la mentira, el engaño, el fraude, etcétera. Esos casos no se res

uelven con estampitas ni advertencias (que también son falsificables).

Aquí hablamos de productos lícitos que, consumidos con moderación, son inocuos, pero, en exceso, dañan la salud y hablamos de la generalidad de la población. Para ayudar a ciertas minorías a vencer su ignorancia culpable, su conducta irresponsable o sus malos hábitos, no hace falta ni tiene sentido encarecer para todos los demás consumidores el precio de los alimentos que consumen.

Pero, lo más importante de todo esto es la libertad co

 

El punto de fondo es si, verdaderamente, este tipo de leyes paternalistas, hacen falta o pueden hacer bien a la generalidad de la población. Por “este tipo de leyes paternalistas” quiero decir las que se basan en la creencia de que la generalidad de los consumidores es irresponsable, ingenua, indiferente a su propio bienestar o el de las personas que de ellos dependen y que, en definitiva, a menos que mamá – papá Estado los proteja, van a hacerse daño a sí mismos.

 

n responsabilidad de cada ser humano de consumir lo que le dé la gana, mientras se trate de un producto lícito, no cause daño a terceros y esté dispuesto a asumir todas las consecuencias de su consumo. Nada justifica que un tercero, incluyendo un grupo de individuos a los que, reunidos en el Palacio Legislativo se les denomina “Congreso de la República”, imponga a sus congéneres límites a su libertad de consumir lo que

mejor les parezca. La Constitución protege esa libertad y

 

violarla no solo está mal en sí mismo, sino también sale caro.

La libertad de cada persona de conducir su vida de acuerdo

 

con sus creencias, preferencias e ideas es la conquista más importante del ser humano y vaya si no ha costado “polvo, sudor y hierro”.

¿Qué viene después? ¿Las leyes del Vestido Conformable, del Deporte Saludable, de la Lectura Edificante, del Arte Inspiradora, de la Vivienda Eficiente, de las Películas Formativas…?

 

Publicado enArtículos de PrensaEstado

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