Desde hace unos tres cuartos de siglo, la literatura popular, el cine y la TV norteamericanas nos han presentado una cierta imagen de los Estados Unidos. Una imagen en la que, a lo largo de su historia, los “americanos” han estado del lado del bien, del derecho, la libertad y la justicia. Desde los “New York Times Best Sellers” hasta las grandes cadenas de TV y Hollywood, todos nos han pintado, una vez tras otra, una imagen de los americanos como un pueblo con ideales por los que está dispuesto a luchar y morir.
En las películas y novelas sobre su independencia, los americanos luchan contra la opresión de los ingleses, y triunfan. En su guerra civil, triunfan los americanos que luchan en el bando de la dignidad del hombre y logran la emancipación de los esclavos de origen africano. Para salvar al mundo libre, se enfrentan a los enemigos de la democracia y la libertad en las dos grandes guerras mundiales, y logran crear un nuevo orden mundial bajo el derecho internacional. Sus espías se baten por garantizar la subsistencia de ese mundo libre durante la Guerra Fría y sus jóvenes van a luchar y morir por esos ideales a Corea, Vietnam, dos veces a Irak y a Afganistán y no han cejado en su lucha contra el terrorismo internacional. Muchos de esos temas siguen figurando en las series de Amazon Prime y de Netflix, entre otras plataformas.
No me refiero aquí a los estudios a profundidad de los especialistas en política internacional ni a los análisis de las revistas especializadas de la Universidad de Harvard u otras de talla comparable, sino a la imagen de los americanos y de los EEUU que nos han bosquejado todos esos medios y, por décadas, aquellas famosas revistas de tiraje mundial, como “The Reader’s Diagest”, “Life” o “Time”.
En sus páginas hemos leído los reportajes de cómo esa gran nación alzó su vuelo de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, impulsando desde 1947 del GATT (el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, por sus siglas en inglés), para dejar atrás de una vez por todas aquel neo-mercantilismo que, de la mano del proteccionismo nacionalista, llevó a los imperios europeos a colonizar vastas zonas del mundo para asegurarse acceso a las materias primas necesarias y ganar hegemonía. Medio siglo tomó ese proceso de liberalización económica, pasando por la Ronda de Uruguay (lanzada en 1986) hasta que en 1994 se actualizó el GATT, dando paso, el 1 de enero de 1995, a la Organización Mundial del Comercio.
En síntesis, una “Roma” muy diferente. Una gran república con la visión y la claridad necesarias para liderar a todas las naciones del orbe hacia una convivencia basada en ideales de libertad, justicia y respeto a la dignidad humana, en el plano moral; en democracia bajo leyes iguales para todos, en el plano político; y en mercados globales libres de trabas y proteccionismos, en el plano económico.
Parece, sin embargo, que esa imagen pudiera estar a punto de cambiar. Quizás dentro de unos diez años las grandes novelas y las series televisivas nos van a mostrar a otros americanos. Unos cuyo gobierno trata con los demás países del mundo desde una posición de superioridad. Uno que, antes que en el derecho internacional, se justifica en la regla del Talión y que, en lugar de ejercer su hegemonía ante regímenes que fuerzan a sus pobres y perseguidos a emigrar, más bien estigmatiza, caza y expulsa a las víctimas de esos regímenes. Uno que, en lugar de promover una economía global basada en la libertad de todo ser humano o sus empresas de decidir dónde produce o de quién compra, se vale de castigar a sus propios consumidores, obligándoles a pagar aranceles más altos, en lugar de denunciar y promover sanciones bajo el derecho internacional (que ellos mismos impulsaron) contra los gobiernos infractores del Tratado de la OMC. Espero que no vayamos a ver ese tipo de películas. Sería muy triste.
Eduardo Mayora Alvarado
Ciudad de Guatemala, 23 de febrero de 2025.
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